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sábado, 10 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. XV

15. EL RELOJ Y LA HOMILIA

Se encontraron predicadores que no usan reloj de cuarzo ni de arena. Quirino ahogado en el do Danubio. El cloroformo verbal adormece como el otro. Nuevo tipo de sandwich.

El 15 de junio celébrase el día de San Quirino mártir. El año 310, bajo la tiranía del prefecto Amancio, Quirino fue condenado a muerte por negarse a ofrendar sacrificios a los dioses de Roma. En Sabaria, muy cerca del Danubio, se cumplió la sentencia. Dos sayones de .Amancio ataron una enorme rueda de molino al cuerpo de Quirino y lo arrojaron al río para que más rápidamente se ahogara.

Mas sucedió un milagro; la enorme piedra flotó en la superficie de las aguas. De pie sobre la rueda Quirino empezó a predicar a la multitud que habíase congregado para ver su ejecución. Habló, habló largamente. De pronto, la rueda de molino se hundió y Quirino murió ahogado. Cuando llegó al paraíso, preguntó cortésmente al Señor:

—¿Por qué, Señor, me hiciste perecer?

—Quirino, suspiró Padre Dios, hablaste bellamente; pero te extendiste demasiado. Ni yo, que soy eterno, pude aguantar sermón tan largo.

El suscrito que habla —como solía decir un alcalde de pueblo—, os puede asegurar, venerables hermanos, que oí una misa dominical con esta cronometría: 8 minutos duró la liturgia de la palabra, 20 minutos monopolizó la homilía, 10 minutos se llevó a marchas forzadas la liturgia eucarística. ¿Cuáles son los peligros de las homilías kilométricas, de permanencia voluntaria?

1) La misa se convierte en un emparedado (léase sandwich), en el que la homilía se erige como el abundante y soberbio relleno colocado entre las dos ligeras tapas de la liturgia de la palabra y de la liturgia eucarística, cuando que la homilía debe guardar el humilde papel de conducir la liturgia de la palabra y dar paso a la eucarística.

2) Una homilía excesivamente larga rompe el ritmo interior de la celebración, ya que se corre el peligro de creer que lo verdaderamente importante es la palabra humana del predicador, y no la Palabra de Dios y el misterio sacramental. A no pocos predicadores les preocupa más la emisión de su bien cortada homilía que el resto de la celebración. (¿Cortada? Pero si tales homiletas lo que no quieren es cortar su interminable perorata de propulsión a chorro).

3) Cuando se prolonga la homilía, el celebrante recupera tiempo precipitándose en la liturgia de la Eucaristía a la que relega como simple acompañante del sermón.

4) Con tantas ideas, tantas palabras, tantas interpelaciones y tanto tiempo, el predicador acaba anegando en los pobres fieles, su sincero deseo de oír, atender y aprovechar, hasta que llega el momento que experimentó San Pablo por alargar su prédica, los fieles se aburren, bostezan, se duermen, es decir, los duermen. Con tan eficaces efectos de cloroformo, los fieles cabecean en un dulce sueño reparador, como si estuvieran afirmando que están de acuerdo con lo que dice el predicador.

5) Las homilías deben mover los corazones, no los traseros.

¿Cuánto tiempo debe durar una homilía?

El insigne poeta Antonio Machado definía: “El hombre es el único animal que usa relojes”, excepto algunos predicadores. El liturgista Luis Maldonado, en su libro Homilías seculares, opina que la homilía debe durar 7 minutos y que “pasar de los 10, es atravesar la frontera mortal, ya que la homilía queda electrocutada, es decir, muy perjudicada”. Se puede decir tanto y tan bien en 7, 8 minutos; como en 20 a veces ni se dice nada ni se dice bien.

Aquel orador aseguraba de su discurso: lo hice largo, porque no tuve tiempo de hacerlo corto. La homilía preparada a conciencia será siempre breve.

Predicaba en Madrid con gran aplauso, el jesuita Baltasar Gracián (1601-1658), escritor clásico de vigorosa erudición y fina pluma. Acuñó esta máxima, de veras máxima: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. O como escribió mi señor don Miguel de Cervantes Saavedra en el Quijote: “Nunca lo bueno fue mucho” (Parte 1, cap. 11).

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