Estudios

Estudios y documentos de interés para sacerdotes
AVISO. Desde el 21 de julio de 2008 los nuevos documentos que se publiquen sólo aparecerán en www.sacerdotesyseminaristas.org

jueves, 8 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. X

10. ESTRUCTURA DE LA HOMILIA

Donde se prueba, con el teléfono en la mano, que la estructura de una homilía no es capricho retórico, sino necesidad psicológica. Se cuenta La triste historia de una monja que dio un mal paso entre pastelillos, alfajores y cabellos de ángel.

Escenario: el refectorio de los profesores del seminario mayor. Una mesa franciscana, un menú diocesano. Por el ventanal entra el jardín y sus rosas de raso. Una fuentecilla fresca y murmuradora, como tanta gente que hay por ahí, fresca y murmuradora.

Decoración: el cuadro de la Ultima Cena. El ojo malicioso de Judas, el confianzudo Juan volcado sobre el pecho del Maestro, Pedro a la expectativa del canto del gallo. Felipe en lo suyo, el cordero caliente y las lechugas frías.

Personajes: el padre José Luis Dibildox, ‘fabriqué en France” donde estudió Pastoral Catequética y el padre Gutiérrez, embotellado de origen, jamás salió de su patria; pero a cambio de geógrafo, qué buen psicólogo.

Tú qué opinas, José Luis. Por pura curiosidad estoy hojeando aquel manual de oratoria que estudiamos en el seminario menor. “¿Hasta cuándo, Catilina, has de abusar de nuestra paciencia?” Hay cosas que es preciso olvidar. Mira, página 235: “El discurso oratorio debe constar de ocho partes: exordio, narración, proposición, división, confirmación, ilustración, refutación y peroración. ¿Qué tienen que ver estas retóricas artificiales y ampulosas con la sencillez del Kerigma? La homilía se distingue por su tono coloquial, no es la “oratio” latina, esto es, el discurso oratorio, ni tampoco el “logos” de los griegos. Los sermones de hace años andaban pesados de holanes y encajeria, por eso no andaban. A la homilía evangélica de hoy, le va mejor la ropa deportiva, aérea, esencial, caminable.

—Acabo de leer, recordó el padre José Luis, un sencillo plan que ideó el norteamericano Henry Hoke al servicio del orador, y que él llama “PPPP”. Verás:

a) Picture: pintar. Empezar con una descripción del tema. (San Ignacio de Loyola se adelantó con su “composición del lugar”).

b) Prove: probar. Explicar con argumentos lo que el orador dice.

c) Promise: proponer. Llevar a los oyentes a que acepten lo que el orador propone; asegurarse de que van a comprar el producto que ofrece.

d) Push: provocar, empujar al auditorio a tomar la decisión deseada por el orador.

En eso entró Sor Brígida tropezándose con los diez metros de tela del sagrado hábito ya reformado. Usted come muy mal, padre José Luis, así no va a soportar el trabajo si lo hacen señor obispo, debería aprender al padre Gutiérrez. ¿Qué prefieren ustedes de postre?

En opinión de los seminaristas, Sor Brígida podría ser declarada santa, así el profesor de derecho canónico, el padre Pedro Sánchez, los contradijera leyéndoles el canon 1403: “La causa de la canonización de los siervos de Dios, se rige por una ley pontificia peculiar”.

—Yo tengo otra opinión, prosiguió el padre José Luis. Estas partes del discurso que tú llamas artificiales, yo las juzgo naturales; brotan de la naturaleza misma del discurso, de la manera usual con que hablamos y no del capricho de los retóricos. Dividir la homilía en partes sucesivas no es cuestión de retórica, sino de psicología y de sentido común.

De las manos milagrosas de Sor Brígida salían alfajores, jamoncillos, panochitas de nuez y de piñón, mostachones, cabello de ángel, gaznates en- canelados, yemas acarameladas, frutillas de almendra, peras cristalizadas y unos inefables suspiros de monja.

El padre José Luis, tan ascético, optó por el cabello de ángel. Gutiérrez monopolizó: —A mí, por favor, una probadita de todo.

—Dime tú, Gutiérrez, ¿cómo hablas por teléfono? El desarrollo de tu plática telefónica sigue el mismo proceso de la homilía. Ambas tienen, deben tener, un principio, un medio y un final. Y esto no es apego a las reglas que escribieron para el orador Cicerón o Quintiliano. Cuando tú tratas un asunto por teléfono, ¿qué haces? Procedes con un orden. Aun sin querer, estás dividiendo la conversación en cuatro partes muy netas, muy diversificadas y muy naturales. Saludas, propones el asunto, lo tratas y te despides. De otra manera, nuestras homilías resultan pura acumulación de materiales en bruto. Si un militar prepara la estructura de una batalla, y un guionista la estructura de lo que será la escenificación cinematográfica, y un novelista el desarrollo de su ficción, ¿por qué el predicador no ha de preparar la estructura de la homilía?

1. Exordio

Si necesitas arreglar tu automóvil, marcas el número telefónico del taller. Alguien descuelga los audífonos en la otra punta. ¿Con quién hablo? Igual que en la homilía, lo primero es saber a quiénes vamos a hablar.

Es claro que no comienzas con un imprudente ex abrupto: Quiero que arregle mi automóvil para esta tarde; sino con un leve y cordial tiroteo de políticas eficaces. —Hola, ¿cómo está usted, señor mecánico? Me da mucho gusto saludarlo. ¿Qué tal por su casa? Ah, fueron gemelos, qué bendición. Usted tan amable como siempre.

Es el exordio, la introducción, el preámbulo que exige la misma psicología del auditorio. Pues no se empieza de golpe y porrazo, sino con algún hecho que atraiga la atención del pueblo fiel, un suceso apropiado, un brevísimo relato. Había un sacerdote que así comenzaba sus sermones: Amados hermanos, antes de entrar en materia y explicarles el evangelio de hoy, permítanme que brevemente les recuerde la gravedad del pecado... Dos en uno. El predicador se despachaba dos homilías, y todo por no saber comenzar, calentar los motores, correr en la pista y levantar el vuelo.

Aunque los fieles lleven ya cinco minutos de estar en misa, es preciso disponer una masa heterogénea, quizá distraída, quizá preocupada por mil problemas que también se vinieron a misa, quizá ignorante de lo que va a oír.

Por eso no entras en materia de golpe y porrazo. Más vale rodear que rodar. Te vas insinuando poco a poco para ganarte la atención, la simpatía, la confianza del auditorio. Entrar con lo suyo para salir con lo tuyo. Atraes, fijas, dispones, preparas, fascinas. Esto es psicología y no retórica.

La imperfecta homilía comienza con frases lejanas, abstractas, mortecinas. Muertas y mortíferas. Matan el interés del más pintado. Por ejemplo:

El evangelio de hoy dice que, Nuestro Señor Jesucristo afirma en esta parábola que, en las lecturas que acabamos de leer, este es el domingo 21 de Pentecostés, celebramos hoy la fiesta de Todos Santos, reflexionemos en esta doctrina que el Espíritu del Señor...

¿Crees tú que con estas entradas cadavéricas vas a reunir de golpe 400 cabezas desparramadas, hacerlas vivir, tenerlas pendientes de tus labios, excitar su curiosidad y atrapar el vuelo de tantas mariposas fugitivas? Jura que cualquiera de estas frases equivale a una buena anestesia, dormitaveruntomnes et dormierunt. El primer minuto de la homilía es definitivo. Saber comenzar, calentar el motor para que arranque. Encender los tableros de mando para un disparo perfecto. Tomar altura. Llevar a todos los pasajeros en el vuelo.

¿Cómo? Habla con seguridad y reposo. Sé breve, claro, insinuante. Comunícate con el auditorio. Habla de él, de lo que a él le interesa. Dile algo directamente. Proponle un problema. Lánzale una pregunta. Nárrale un hecho, una anécdota.

—En el periódico de hoy aparece esta noticia.

—¿Alguno de ustedes ha visto un camello?

—Ayer vino a yerme un vendedor de libros.

Te aseguro que hasta los sordos oyen. Sobre todo si empiezas contando un hecho vivo y concreto. Un hecho, no una doctrina. La doctrina vendrá después. Un hecho que se relacione con esta doctrina, nacido “ex visceribus rei”. Un hecho como son todos los hechos: drama, dinamismo, lenguaje. Un lenguaje que habla a los sentidos y pone en marcha la imaginación.

En verdad te digo que por una reja del cielo el príncipe de la elocuencia sagrada, San Juan Crisóstomo, si no se asoma de cuerpo entero, por lo menos asomará el pico de oro para aplaudir.

2. Proposición

Estábamos hablando por teléfono. Concluyeron los ritos de entrada. El saludo, la sonrisa muy ancha. Ahora al grano. Le hablo a usted para suplicarle que arregle la marcha del automóvil. ¿Podría usted?

La proposición es la enunciación del tema de la homilía. La síntesis del argumento. Equivale al título. Homilía sobre los efectos del bautismo. Homilía sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Homilía sobre la manera de hacer una buena confesión. Homilía que explica por qué Nuestra Señora fue Inmaculada.

El predicador, es claro, siempre debe llevar en la mente la proposición. Saber de qué va a hablar. Llevar el tema perfectamente delimitado, precisado, esto sí y esto no.

Algunas veces será necesario decir explícitamente a los fieles, en un período muy breve y muy claro, el asunto de que va a hablarles, explicar por qué va a hablar precisamente de eso y qué valor tiene para ellos el tema en cuestión.

Otras veces bastará el enunciado implícito. En cualquier caso, lo importante es que, terminada la homilía, los fieles sepan de qué les habló el predicador, cuál fue la idea central, la síntesis del mensaje.

3. Confirmación

Al principio se sirve el frugal entremés con el exordio; al final el postre o la taza de café con la peroración. El plato fuerte es la confirmación, que así se llaman las pruebas de la proposición, la homilía propiamente dicha.

¿Qué tema elegiste para tu predicación de hoy?

Aquí es donde tienes que enseñar, demostrar, probar, argumentar, refutar, mover.

Todo lo que aprendiste en el seminario lo aprendiste para este momento. Tu consagración de profeta, tu función de liturgo, aquí se ejerce. Es preciso abrir la batería pesada, realizando los tres fines que San Agustín marcó a la oratoria sacra.

Ut veritas pateat, hablar a la mente de los fieles. Ser claro y ordenado. Huir de vaguedades y sutilezas, cuestiones disputadas y erudición para iniciados. Una idea tras otra, sin complicar el esquema, sin querer decirlo todo, saber renunciar a otros temas, a otros aspectos del mismo tema. Sol, mañana abierta, faros contra la niebla.

Ut veritas moveat, hablar a la voluntad. Ser convincente y convencer. Sacudir la mediocridad y la apatía. Arrancar una decisión. Contribuir a la conversión del hombre. Señalar caminos. Hacer vida la verdad.

Ut veritas mulceat: hablar a la imaginación y a la sensibilidad. Sensibilizar constantemente las ideas, porque el hombre moderno no piensa sin imágenes. Ser agradable. Predicar no es aburrir.

4. Peroración

Sí, el teléfono está pendiente. ¿Terminaste de tratar el asunto de tu automóvil con el mecánico? Ahora a despedirse y agradecer. Con lo difícil que resulta poner punto final.

Qué sudores de Huerto de los Olivos, qué calles empinadas de la amargura sufre el predicador de homilías, y con él su auditorio entero, cuando no puede aterrizar. Ya parece que los frenos obedecen, saltan las ruedas aprestándose a tocar tierra, el aeropuerto a la vista, los viajeros comienzan a desabrocharse los cinturones en busca de libertad, y esto es volver a hacer piruetas en el aire, cae que no cae, el juego del sube y baja, que se va y que se viene, y el glorioso panzazo a como caiga el aparato.

¿Una lista de finales defectuosos?

—Querer decir en los últimos minutos todo lo que no cupo en la homilía.

—Alargar torpemente la última idea por no encontrar el cabo.

—Repetir lo que ya se dijo.

—Emplear muletillas gastadas y frases hechas:

“y así todos iremos al reino celestial”, “pidan a Dios que nos ayude para no caer en pecado”, “amados hermanos, esta es la doctrina de Jesús en el evangelio de este domingo”.

—Terminar todo desinflado y falto de cuerda, diciendo de repente “y nada más”.

—Emplear una perorata altisonante con tópicos pseudoemotivos entre el estallido grueso y barato de la cohetería.

—Continuemos la misa rezando el credo.

Predicadores jóvenes y experimentados suelen caer en la trampa. Siempre la misma razón: como no preparan el final de la homilía, sale cualquier cosa. Una despedida ingenua, boba, congelada. Qué distintos los postres de la Madre Brígida.

Pueden ser buenos finales de homilía una breve recapitulación del tema; una aplicación práctica y concreta que ponga en ejecución la teoría expuesta; una consigna, una invitación, un encargo, una petición al auditorio; un brevísimo ejemplo que contenga la lección central de la homilía; una frase o sentencia que sea como su clave y síntesis.

Y dos trucos del oficio: no digas que ya vas a terminar, es mejor que termines sin anunciarlo. Termina antes que el auditorio lo sospeche, deja de hablar en el momento en que menos se lo piense. Cultivar la sorpresa.

El secreto estructural de una homilía no tiene secretos. Es un principio, un medio y un final. O como dijo Platón en el diálogo Fedro, es una cabeza, un cuerpo central y las extremidades. Basta saludar, tratar el asunto y despedirse. Basta tener algo que decir, decirlo y enseguida callarse.

Don Miguel de Unamuno, el escritor y rector de la Universidad de Salamanca, pedía que, a las tradicionales obras de misericordia, se añadiera una importantísima: Despertar a los dormidos. Una homilía bien estructurada no sólo despierta a los dormidos, sino que también no permite que los despiertos duerman.

No hay comentarios: