Estudios

Estudios y documentos de interés para sacerdotes
AVISO. Desde el 21 de julio de 2008 los nuevos documentos que se publiquen sólo aparecerán en www.sacerdotesyseminaristas.org

jueves, 8 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. V

5. HOMILIAS SIN ARGUMENTO

Donde se pondera la eficacia de las homilías sin argumento. Y se confirma lo dicho por el ejemplo de los moluscos, el Escorial el Altar de los Reyes y el futbol de tercera división.

Un amigo trabaja para una revista transnacional. Bien pagado, como que su trabajo no es para menos. Cada mes tiene que condensar una novela de trescientas páginas en treinta. Volcar el mar en el agujerito de la playa. Extraer la médula, dejar el libro en pura radiografía, desvestirlo de sus galas, su dorado traje de noche, y dejarlo deportivamente ligero, casi “in albis depositis” o en esenciales shorts.

Un trabajo de miniaturista, éste de ir quitando hoja por hoja, pero sin tocar el tronco; pues lo que interesa es dejar intacto el argumento, esta idea central en torno de la cual giran los episodios secundarios y desprendibles. Con la lectura del argumento ya tienen los lectores superficiales para presumir de que leyeron la novela.

El trabajo que mi amigo con heroica paciencia puede realizar sobre una novela, acaso le fuera imposible hacerlo sobre una homilía. Porque si se dedica a quitarle el follaje, el tronco de muchas no aparece, por la sencilla razón de que no tienen tronco.

Hay homilías sin argumento. Homilías-molusco, invertebradas y blandengues, pasta cremosa, gelatina escurridiza. Imagínese usted una novela, un filme sin argumento.

La imperfecta homilía no tiene contenido. Vacía, vaciada de cualquier argumento claro y coherente. No dice nada, no enseña nada, no aclara nada, no activa la fe de nadie. Naranja destilada por el extractor de jugos. Cáscara seca.

Si al salir de la misa dominical, preguntas a los fieles, tan fieles como que aguantan nuestras homilías, de qué habló el predicador, cuál fue el tema de su predicación, la gente no podrá decirte el argumento en dos párrafos, ni hacer la síntesis de lo que oyó, porque lo que oyó no era reductible a síntesis.

El predicador, habló de esto y de aquello, amontonó materiales sin darles forma, se anduvo por las ramas, rozó cinco o seis ideas distintas, anduvo como mal futbolista paseando el balón por toda la cancha, pero sin introducirlo al marco donde se anota la victoria.

Homilía fácilmente oíble en cualquier iglesia. El padre, micrófono gangoso en mano, ensarta la voluntad salvífica de Dios con el bautismo, la resu-rrección de Cristo, la minifalda y la necesidad de una fe adulta.

Una homilía de Pentecostés mezcla la gracia santificante con el don de lenguas, la confirmación con las misiones en tierra de infieles, el ecumenismo con la parusía. Se agitan todos estos elementos y el coctel resulta delicioso.

Homilía sin tema, sin tema porque le sobran temas, porque en vez de elegir uno, claro y preciso como la línea recta, zigzaguea y ondula acumulando temas y subtemas, ninguno de los cuales va a poder desarrollar el orador, simplemente porque los ocho minutos de predicación apenas dan para desenvolver un solo tema.

La imperfecta homilía no es el triunfo de la línea recta como El Escorial, sino la apoteosis arborescente del barroco, el Altar de los Reyes, Tonanzintia, el retablo de los Arcángeles del Carmen de San Luis Potosí, donde los temas ornamentales se entrecruzan y sobreponen sin zonas francas de delimitación. En el barroco no termina un tema cuando comienza otro, de una guirnalda estalla un ángel, de un ángel surge un racimo de uvas, de las uvas se abre una concha, de la concha una nube y así el juego caprichoso hasta el infinito.

Las tres lecturas de la liturgia dominical, como una sinfonía, tienen su tema. Es preciso buscarlo. ¿De qué tratan? Resume su pensamiento esencial en una frase. Y habla de eso, solamente de eso, nada más de eso.

Voy a decir a los fieles por qué Cristo es salvador, voy a explicarles cuáles son los efectos del bautismo, o cómo deben recibir el sacramento de la reconciliación. Ahí está la homilía reducida a síntesis, el argumento escueto pero claramente delimitado, como las novelas de mi amigo. Y de ahí no me voy a salir, o me pierdo.

Hablando de muchos temas, no se habla de ninguno. La mezcla de varias ideas expuestas al mismo nivel impide resaltar una en concreto. Se divaga, pero no se aclara ni profundiza el punto clave de los textos bíblicos del día. Nada de aventurarse por dudosas carreteras alimentadoras. La autopista al frente, “sempre diritto” que dicen los italianos, y llegas, seguramente llegas.

—,Cuántas misas dominicales celébranse aquí, en la ciudad episcopal?, pregunté al señor obispo.

—300 misas, me contestó.

—300 homilías, 300 mítines en favor de Jesucristo. Qué diera cualquier partido político por tener 300 mítines a la semana.

El obispo francés Dupanloup decía: “Cada domingo hay treinta mil sermones en Francia y, a pesar de esto, el pueblo sigue siendo fiel”. Aunque parece pesimista la apreciación, hoy más que nunca la Iglesia necesita de buenas homilías para que los “christifideles laici” puedan subsistir con la escucha de la Palabra; sobre todo si advertimos que la misa del domingo es la única ocasión en que un buen número de fieles se allega al templo, ya que un preocupante porcentaje de obligados no asiste a misa dominical y, por lo mismo, jamás oye la Palabra.

Como notara que la asistencia a misa dominical disminuía, el padre Nicanor puso en la puerta del templo un letrero anunciando: “Sermones nuevos, no son los que he repetido en los últimos diez años.

No hay comentarios: