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Estudios y documentos de interés para sacerdotes
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lunes, 26 de mayo de 2008

María ayuda a perdonar "siempre y sin condiciones"

María ayuda a perdonar "siempre y sin condiciones"
María es modelo de perdón porque "nos enseña a perdonar de todo corazón, incondicionalmente, como una madre, no como una educadora", explica la teóloga Jutta Burggraf.
Laica y alemana de origen, profesora de teología en la Universidad de Navarra, Burggraf en esta entrevista, finalizando ya el mes de la Virgen María, presenta las lecciones de candente actualidad que deja la Madre de Dios.
PAMPLONA viernes, 23 mayo 2008 (ZENIT.org)
Hipótesis sobre María
Vittorio Messori

¿Cuál es la actitud de Santa María que le parece más importante imitar en nuestros días?

        Perdonar siempre y sin condiciones. Hay muchas personas heridas en nuestras sociedades, personas que no pueden vivir en paz con sus recuerdos. Así, se crea una especie de malestar y de insatisfacción generales. Perdonar no es fácil, pero es posible con la ayuda de Dios. Es un acto de fortaleza espiritual, un acto liberador, tanto para el otro como para mí. Significa optar por la vida y actuar con creatividad.

        Nuestra Madre nos ha dado un ejemplo espléndido bajo la Cruz. Cuando oyó las palabras de Cristo: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen," comprendió lo que Dios esperaba también de ella, e hizo lo mismo que su Hijo: perdonó.

        A este respecto, recuerdo lo que cuenta una amiga sobre su infancia. Solía tener ataques de rabia: cuando algo iba contra su voluntad, se ponía, con cara roja, a gritar y a golpear con manos y pies. Después de algún tiempo, se daba cuenta del comportamiento poco correcto. Corría llorando a su madre y le pedía perdón. La madre la sentaba en su regaza y, abrazándola, la consolaba con las palabras: "Ya está bien. Tú no eres así. En realidad, eres mucho mejor". De este modo, desde pequeña, ella experimentaba la "fiesta del perdón" y volvía feliz a jugar con sus amigos. Después de cada perdón, la vida empezaba de nuevo para ella... Pero la madre murió, y una educadora cristiana la sustituyó. Pasado algún tiempo, se repitió la escena conocida. La niña se puso furiosa, gritó y golpeó. Después de su ataque de rabia, corrió, como de costumbre, hacia la educadora y pidió perdón. Pero esta vez todo fue distinto: la educadora no le abrazó, ni le besó, ni le consoló. Aceptó el perdón con una cara seria y con varias amonestaciones. "Entonces comprendí que ya no tenía madre", comenta mi amiga.

        La Virgen nos enseña a perdonar de todo corazón, incondicionalmente, como una madre, no como una educadora.

En el mundo académico se invoca a María como sede de la sabiduría.

        Según la gran Tradición de la Iglesia, la redención comienza en la cabeza. Empieza conociendo la verdad, que nunca es sólo teoría. San Agustín habla de una reciprocidad entre "ciencia" y "tristeza": el simple saber -dice- produce tristeza. Y, en efecto -sigue diciendo el Papa Benedicto XVI-, "quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo, acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien... La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera".

        La sabiduría expresa una visión integral del hombre y del mundo. Hace referencia no sólo a la ciencia, sino también a madurez y belleza interiores. T. S. Eliot habla de "la sabiduría de la humildad". Todas estas dimensiones están realizadas con abundancia en María.

        La belleza más profunda es, ciertamente, la belleza de la santidad. Una buena mujer que cuidaba a su madre día y noche en un hospital, dijo hace algún tiempo: "Cuando me encontré temprano por la mañana en la cafetería del hospital y miré a mi alrededor, vi a gente pálida, con ojeras que, evidentemente, habían estado pendientes de sus seres queridos durante la noche. Y pensé: 'Esta es la verdadera belleza: la belleza de la entrega'".

¿Piensa que falta conciencia de la presencia de María en el mundo universitario e intelectual?

        María nos recuerda una verdad básica: "El amor siempre hace una carrera hacia abajo".

        En una parábola famosa del Evangelio, un fariseo da gracias a Dios por ser mejor que los demás hombres, y Jesucristo desaprueba claramente esta actitud. Pero si, en el caso contrario, el fariseo hubiera pensado que era peor que los demás, tampoco hubiera sido humilde.

        Una persona humilde no se compara con nadie. No mira ni a sí misma ni a los otros hombres, como el publicano en aquella parábola. Sólo busca a Dios, y se siente responsable ante Él, porque sabe que Dios le mira con cariño y confianza.

        Un cristiano que trata de tener una presencia viva de María, no intenta compararse con los demás -ni comparar a los otros entre sí-. No es nunca un "rival", un "competidor". Contribuye a que el ambiente a su alrededor sea natural y amable, y se alegra del bien y de los logros de los demás.

        Una persona unida a Dios y a María, obtiene una libertad mayor que la que tienen los pájaros del cielo. Está por encima de tantas pequeñeces que pueden frenar nuestros pasos.

        No quiere dejarse cautivar ni por la comodidad de los bienes materiales, ni por el brillo de la fama o de una máscara, ni por los resultados de su propio trabajo.

        Quiere ser generosa y compartir sus bienes con los demás: por supuesto el pan, pero también el vino, también el tiempo y las ideas, también los proyectos profesionales y todas las oportunidades que le brinda la vida.

        Quizá pueda parecer, a veces, un poco ingenua y hacerse objeto de burlas o sonrisas compasivas. Puede incluso tener ciertas desventajas profesionales en un ambiente en el que cuentan sólo la imagen y el progreso, el subir en la escala social. Pero sabe que el éxito no es una categoría de Dios.

        María nos enseña que todo lo aparentemente grande, poderoso y triunfal no es más que una mota de polvo, si no es purificado por el amor. Mirar hacia ella, la Madre, es importante en nuestra época de activismo.

        Cristo, ciertamente, pide a sus discípulos que den frutos. Pero esta exhortación debe comprenderse en el contexto evangélico, y no según las claves de interpretación que se utilizan en las sociedades de rendimiento. La fecundidad es algo muy distinto que la productividad. Una persona puede producir mucho, obtener resultados y méritos incontables por su trabajo, y no ser verdaderamente fértil. Otra, en cambio, puede no rendir nada ante los ojos del mundo, y tener una gran fecundidad.

        Cristo pide frutos que permanezcan. Podemos estar completamente seguros de que, lo que permanece para siempre, no será nuestro dinero, ni el aplauso, ni el éxito. Lo único que contará al final de nuestra vida, será el amor que hemos ofrecido y recibido. No tendremos nada más.

¿Perdonar?

¿Perdonar?
Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Un safari en mi pasillo. Otra catequesis desenfadada a la gente joven

Sólo los ofendidos

        — Es demasiado pronto para hablar de perdón.

        Lo oí por la radio al día siguiente del atentado de Madrid. Hablaba una de tantas voluntarias que regresaba del tanatorio de campaña que habilitaron las autoridades en IFEMA. La chica llevaba más de treinta horas sin dormir, y tenía el corazón roto, henchido de lágrimas ajenas. En aquellas horas, la congoja, la rabia y el miedo parecían los únicos sentimientos lícitos.

        Luis estaba más sereno, pero vino a decir lo mismo:

        — Dígame que no les desee la muerte, que las víctimas están en el Cielo, y que allí recibirán la gran cruz al mérito civil; pero no hable ahora de perdón.

        Y todo porque aquel día, en la breve homilía de la misa de difuntos, pronuncié una vez esa palabra. Luego, Luis y yo hablamos despacio, y le dije que tal vez tenía razón, que quizá era demasiado pronto; pero no podíamos omitir el padrenuestro, y me dolía comprobar que en las terribles crónicas de la matanza, algunos, al calor de la sangre recién vertida, gritaban a las cámaras que no perdonarían jamás.

        Ya sé que no tengo derecho a reprocharles nada. Es fácil absolver un crimen cuando uno no ha recibido en su carne la mordedura de la metralla ni tiene entre las víctimas a nadie cercano. Sólo los ofendidos pueden perdonar.

¡Perdonar!

        — ¿Y qué es perdonar?

        Quizá la pregunta de Luis era pura retórica. En todo caso, no estaba yo para definiciones. Pero ahora, cuando el paso de los días comienza a sedimentar la tristeza, sí me atrevo a decirle unas pocas palabras.

        — Perdonar es tener fe en el hombre, en su espíritu inmortal, creado a imagen de Dios. Es estar persuadido de que, mientras vivimos en la tierra, todos podemos convertirnos. También ésos a los que llamamos alimañas, y no lo son.

        — Perdonar es cosa de dos. Es salir al encuentro del enemigo con los brazos abiertos, como el padre del hijo pródigo. Quizá el enemigo no acepte el abrazo y el perdón no pueda consumarse. Pero alguna vez se produce el milagro.

        — Perdonar es esperar más de lo razonable. Decía Peguy que "la esperanza es una niña que me da cada mañana los buenos días". Esa niña cura el rencor, mueve a la oración, alimenta el espíritu.

        — Perdonar es olvidar la ofensa. Repito: olvidar. O guardar a la sombra del alma un recuerdo tan tenue, tan sin rencor, que parezca una historia que nunca ocurrió.

        — "Yo perdono, pero no olvido". Lo siento: ni perdonas ni olvidas. "El Altísimo no se acordará de mis pecados", dice la Biblia. ¡Qué estupenda amnesia de Dios!

No es renunciar a la justicia

        — Perdonar es recordar, sí, los propios crímenes, y saber que "somos capaces de todos los errores y de todos los horrores que puede cometer el hombre más miserable ". Perdonar es siempre pedir perdón.

        — Perdonar es envejecer un poco. A los jóvenes (perdonadme) os cuesta más porque no tenéis la mochila tan llena de crímenes. Aún pensáis que nunca haríais eso. Y vais de justicieros hasta la injusticia. Acordaos de la mujer adúltera: cuando Jesús dijo: "el que esté libre de pecado tire la primera piedra," los viejos fuimos los primeros en abandonar.

        — Sin embargo, perdonar no significa renunciar a la justicia: al contrario. El deseo de poner entre rejas al delincuente es compatible con la misericordia.

Como Dios

        — "Nada nos asemeja más a Dios que el estar siempre dispuestos a perdonar", escribió San Juan Crisóstomo. Y San Josemaría se quedaba pasmado al considerar la grandeza "de un Dios que perdona".

        — Pero usted me habla de santos. Y yo no lo soy: yo no puedo perdonarlo todo.

        — No estés tan seguro, Luis. Si supieras lo que el Señor puede hacer contigo,… Si conocieras el don de Dios…

La profecía de la «Humanae Vitae». Discurso que dirigió Benedicto XVI, el 10 de mayo en el Vaticano

Discurso que dirigió Benedicto XVI, el 10 de mayo en el Vaticano, a los participantes en el Congreso Internacional sobre la actualidad de la carta encíclica del Papa Pablo VI «Humanae Vitae», en su cuadragésimo aniversario.
Ciudad del Vaticano, 10 de mayo 2008.
La elección de Dios: Benedicto XVI y el futuro de la Iglesia
Hipótesis sobre María
Vittorio Messori
¡Vueltos hacia el Señor!
Klaus Gamber
La anunciación a María
Paul Claudel
Dicen que ha resucitado
Vittorio Messori
El último cruzado
Louis de Wohl
Dentro de cinco horas veré a Jesús
Jacques Fesch
La esencia del cristianismo
Romano Guardini
El torrente oculto
Ronald A. Knox
Vencer el miedo
Magdi Allam

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

        Con gran placer os acojo al final de los trabajos, en los que habéis reflexionado sobre un problema antiguo y siempre nuevo como es el de la responsabilidad y el respeto al surgir de la vida humana. Saludo en particular a mons. Rino Fisichella, rector magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense, que ha organizado este Congreso internacional, y le agradezco las palabras de saludo que me ha dirigido. Mi saludo se extiende a todos los ilustres relatores, profesores y participantes, que con su contribución han enriquecido estas jornadas de intenso trabajo. Vuestra aportación se inserta eficazmente en la producción más amplia que, a lo largo de los decenios, ha ido aumentando sobre este tema controvertido y, a pesar de ello, tan decisivo para el futuro de la humanidad.

        El concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et spes, ya se dirigía a los hombres de ciencia invitándolos a aunar sus esfuerzos para alcanzar la unidad del saber y una certeza consolidada acerca de las condiciones que pueden favorecer "una honesta ordenación de la procreación humana" (n. 52). Mi predecesor, de venerada memoria, el siervo de Dios Pablo VI, el 25 de julio de 1968, publicó la carta encíclica Humanae vitae. Ese documento se convirtió muy pronto en signo de contradicción.

        Elaborado a la luz de una decisión sufrida, constituye un significativo gesto de valentía al reafirmar la continuidad de la doctrina y de la tradición de la Iglesia. Ese texto, a menudo mal entendido y tergiversado, suscitó un gran debate, entre otras razones, porque se situó en los inicios de una profunda contestación que marcó la vida de generaciones enteras. Cuarenta años después de su publicación, esa doctrina no sólo sigue manifestando su verdad; también revela la clarividencia con la que se afrontó el problema.

        De hecho, el amor conyugal se describe dentro de un proceso global que no se detiene en la división entre alma y cuerpo ni depende sólo del sentimiento, a menudo fugaz y precario, sino que implica la unidad de la persona y la total participación de los esposos que, en la acogida recíproca, se entregan a sí mismos en una promesa de amor fiel y exclusivo que brota de una genuina opción de libertad. ¿Cómo podría ese amor permanecer cerrado al don de la vida? La vida es siempre un don inestimable; cada vez que surge, percibimos la potencia de la acción creadora de Dios, que se fía del hombre y, de este modo, lo llama a construir el futuro con la fuerza de la esperanza.

        El Magisterio de la Iglesia no puede menos de reflexionar siempre profundamente sobre los principios fundamentales que conciernen al matrimonio y a la procreación. Lo que era verdad ayer, sigue siéndolo también hoy. La verdad expresada en la Humanae vitae no cambia; más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee.

        La palabra clave para entrar con coherencia en sus contenidos sigue siendo el amor. Como escribí en mi primera encíclica, Deus caritas est: "El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; (...) ni el cuerpo ni el espíritu aman por sí solos: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma" (n. 5). Si se elimina esta unidad, se pierde el valor de la persona y se cae en el grave peligro de considerar el cuerpo como un objeto que se puede comprar o vender (cf. ib.).

        En una cultura marcada por el predominio del tener sobre el ser, la vida humana corre el peligro de perder su valor. Si el ejercicio de la sexualidad se transforma en una droga que quiere someter al otro a los propios deseos e intereses, sin respetar los tiempos de la persona amada, entonces lo que se debe defender ya no es sólo el verdadero concepto del amor, sino en primer lugar la dignidad de la persona misma. Como creyentes, no podríamos permitir nunca que el dominio de la técnica infecte la calidad del amor y el carácter sagrado de la vida.

        No por casualidad Jesús, hablando del amor humano, se remite a lo que realizó Dios al inicio de la creación (cf. Mt 19, 4-6). Su enseñanza se refiere a un acto gratuito con el cual el Creador no sólo quiso expresar la riqueza de su amor, que se abre entregándose a todos, sino también presentar un modelo según el cual debe actuar la humanidad. Con la fecundidad del amor conyugal el hombre y la mujer participan en el acto creador del Padre y ponen de manifiesto que en el origen de su vida matrimonial hay un "sí" genuino que se pronuncia y se vive realmente en la reciprocidad, permaneciendo siempre abierto a la vida.

        Esta palabra del Señor sigue conservando siempre su profunda verdad y no puede ser eliminada por las diversas teorías que a lo largo de los años se han sucedido, a veces incluso contradiciéndose entre sí. La ley natural, que está en la base del reconocimiento de la verdadera igualdad entre personas y pueblos, debe reconocerse como la fuente en la que se ha de inspirar también la relación entre los esposos en su responsabilidad al engendrar nuevos hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza, y sus leyes siguen siendo norma no escrita a la que todos deben remitirse. Cualquier intento de apartar la mirada de este principio queda estéril y no produce fruto.

        Es urgente redescubrir una alianza que siempre ha sido fecunda, cuando se la ha respetado. En esa alianza ocupan el primer plano la razón y el amor. Un maestro tan agudo como Guillermo de Saint Thierry escribió palabras que siguen siendo profundamente válidas también para nuestro tiempo: "Si la razón instruye al amor, y el amor ilumina la razón; si la razón se convierte en amor y el amor se mantiene dentro de los confines de la razón, entonces ambos pueden hacer algo grande" (Naturaleza y grandeza del amor, 21, 8).

        ¿Qué significa ese "algo grande" que se puede conseguir? Es el surgir de la responsabilidad ante la vida, que hace fecundo el don que cada uno hace de sí al otro. Es fruto de un amor que sabe pensar y escoger con plena libertad, sin dejarse condicionar excesivamente por el posible sacrificio que requiere. De aquí brota el milagro de la vida que los padres experimentan en sí mismos, verificando que lo que se realiza en ellos y a través de ellos es algo extraordinario. Ninguna técnica mecánica puede sustituir el acto de amor que dos esposos se intercambian como signo de un misterio más grande, en el que son protagonistas y partícipes de la creación.

        Por desgracia, se asiste cada vez con mayor frecuencia a sucesos tristes que implican a los adolescentes, cuyas reacciones manifiestan un conocimiento incorrecto del misterio de la vida y de las peligrosas implicaciones de sus actos. La urgencia formativa, a la que a menudo me refiero, concierne de manera muy especial al tema de la vida. Deseo verdaderamente que se preste una atención muy particular sobre todo a los jóvenes, para que aprendan el auténtico sentido del amor y se preparen para él con una adecuada educación en lo que atañe a la sexualidad, sin dejarse engañar por mensajes efímeros que impiden llegar a la esencia de la verdad que está en juego.

        Proporcionar ilusiones falsas en el ámbito del amor o engañar sobre las genuinas responsabilidades que se deben asumir con el ejercicio de la propia sexualidad no hace honor a una sociedad que declara atenerse a los principios de libertad y democracia. La libertad debe conjugarse con la verdad, y la responsabilidad con la fuerza de la entrega al otro, incluso cuando implica sacrificio; sin estos componentes no crece la comunidad de los hombres y siempre está al acecho el peligro de encerrarse en un círculo de egoísmo asfixiante.

        La doctrina contenida en la encíclica Humanae vitae no es fácil. Sin embargo, es conforme a la estructura fundamental mediante la cual la vida siempre ha sido transmitida desde la creación del mundo, respetando la naturaleza y de acuerdo con sus exigencias. El respeto por la vida humana y la salvaguarda de la dignidad de la persona nos exigen hacer lo posible para que llegue a todos la verdad genuina del amor conyugal responsable en la plena adhesión a la ley inscrita en el corazón de cada persona.

        Con estos sentimientos, os imparto a todos la bendición apostólica.

jueves, 15 de mayo de 2008

El pecado es una violación de la alianza con Dios


L’Osservatore Romano
Archivio redazionale


L’Osservatore Romano, Edizione settimanale in lingua spagnola n. 11 del 14 marzo 2008 pp. 9-10


El pecado es una violación de la alianza con Dios

Entrevista a mons. Gianfranco Girotti, regente de la Penitenciaría apostólica

Nicola GORI
La Penitenciaría apostólica parece un objeto misterioso para la opinión pública, pero también para gran parte de los fieles.


Por desgracia, es verdad lo que usted afirma. Aun siendo actualmente el organismo más antiguo de la Curia romana -después de la supresión de la Dataría, acontecida en 1967, y de la Cancillería, acontecida en 1973-, es poco conocido incluso por gran parte del clero. Tal vez esto se debe a que su actividad no tiene tanta visibilidad como la que implica la actividad de los demás dicasterios.
Entre los dicasterios de la Curia romana, la Penitenciaría apostólica es la que realiza, de manera siempre directa, una actividad netamente espiritual, la más característica de la misión fundamental de la Iglesia, que consiste en la salus animarum. Es el órgano universal y exclusivo del Sumo Pontífice en materia de fuero interno.
No sólo se recurre al fuero interno para los pecados, las censuras y las irregularidades, sino, en general, para situaciones ocultas, como por ejemplo dispensas, sanaciones, convalidaciones de actos nulos derivados de circunstancias ocultas. Además, examina y resuelve los casos de conciencia que se le proponen. Resuelve dudas en materia moral o jurídica, cuando se trata de circunstancias ocultas o de hechos concretos individuales.


¿Cuál es el valor de las respuestas de la Penitenciaría apostólica?
Se trata propiamente de un valor autoritario -según los casos, preceptivo o liberatorio- sólo para las circunstancias reales y singulares que se nos proponen y no para los demás casos, pero esas respuestas pueden extenderse a los demás casos como criterio prudencial. Es decir, las orientaciones doctrinales y disciplinarias incluidas en las soluciones pueden ser aplicadas con prudencia por el sacerdote que se ha prestado a hacer el recurso, por analogía, en un ámbito más amplio, pero en ningún caso está permitido divulgar esas respuestas.


¿Tiene aún sentido un organismo como la Penitenciaría apostólica, dado que parece crear problemas en ámbito ecuménico?
Me resulta difícil comprender las razones y los motivos objetivos de esos presuntos problemas que crearía la Penitenciaría en ámbito ecuménico. Si se refieren al error historiográfico sobre el perdón, que desde la época del Renacimiento ciertamente no ha facilitado el correcto debate ecuménico, bastaría consultar la reciente y abundante documentación de insospechables estudiosos que demuestran con gran honradez la función de este dicasterio, que se considera la verdadera "fuente de gracia" y no busca intereses de ningún tipo.


¿Se presta atención al pecado según la sensibilidad ante las exigencias de la sociedad moderna o según referencias del tiempo pasado?
La referencia siempre es la violación de la alianza con Dios y con los hermanos, y las consecuencias sociales del pecado. Si en el pasado el pecado tenía principalmente una dimensión individualista, en la actualidad tiene un valor, una resonancia sobre todo social, más que individual, a causa del gran fenómeno de la globalización. En efecto, la atención al pecado se presenta más urgente hoy que en el pasado, precisamente por sus consecuencias, que son más amplias y más destructoras.


¿La Penitenciaría tiene utilidad todavía?
Sin duda. Creo que, en una época caracterizada por la imagen y la publicidad, en la que todo se hace público, un dicasterio como la Penitenciaría apostólica atento al mundo interior, en su vertiente más delicada y menos visible, en el marco articulado de la vida de la Iglesia es un instrumento muy valioso.


¿De qué cuestiones se ocupa principalmente la Penitenciaría?
Son aquellos delitos para los cuales, por su gravedad, la Santa Sede se reserva la absolución: la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento (cf. can. 1378); la profanación sacrílega del Santísimo Sacramento de la Eucaristía (cf. can. 1367); la violación directa del sigilo sacramental (cf. can. 1388, 1); la dispensa de irregularidad ad recipiendos Ordines contraída por aborto procurado (can. 1041, 4); y la dispensa de irregularidad ad exercendos Ordines (cf. can. 1044, 1).


¿Cómo interpreta la sorpresa que experimenta la opinión pública ante tantas situaciones de escándalo y de pecado en la Iglesia?
No se puede subestimar la gravedad objetiva de una serie de fenómenos que han sido denunciados recientemente y que muestran los signos de la fragilidad humana e institucional de la Iglesia. Con todo, al respecto, no se puede menos de constatar que la Iglesia, preocupada por el grave daño que se le ha infligido, ha reaccionado y sigue reaccionando con intervenciones rigurosas y con iniciativas encaminadas a proteger su imagen y a promover el bien del pueblo de Dios. Sin embargo, también es necesario denunciar el gran relieve que les proporcionan los medios de comunicación social, que, en el marco de la globalización, buscan desacreditar a la Iglesia.
A
veces la gente no comprende la indulgencia de la Iglesia y el perdón cristiano. ¿Por qué?
Hoy parece que la penitencia se ve como apertura de sí mismo al otro en la solución de problemas que se imponen a la atención en la dimensión social dentro de la cual se expresa su existencia, dando su contribución de aclaración, de apoyo a quienes atraviesan dificultades. Por consiguiente, la penitencia hoy se ve principalmente en su dimensión social, dado que las relaciones sociales se han debilitado y, a la vez, complicado a causa de la globalización.


¿Cuáles son los nuevos pecados?
Hay varias áreas dentro de las cuales hoy captamos actitudes pecaminosas con respecto a los derechos individuales y sociales. Ante todo, el área de la bioética, dentro de la cual no podemos menos de denunciar algunas violaciones de los derechos fundamentales de la naturaleza humana, mediante experimentos, manipulaciones genéticas, cuyos resultados es difícil vislumbrar y controlar.
Otra área, propiamente social, es la de la droga, a través de la cual se debilita la psique y se oscurece la inteligencia, dejando a muchos jóvenes fuera del circuito eclesial. También está el área de las desigualdades sociales y económicas: los más pobres se vuelven cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, alimentando una injusticia social insostenible; y el área de la ecología, que hoy reviste un interés notable.


El recurso frecuente a las indulgencias, ¿no incentiva una mentalidad mágica con respecto a la culpa y a la pena?
Creo que, para no caer en esa visión peligrosa y falsa, es necesario ante todo conocer y comprender la recta doctrina de la práctica de las indulgencias, entendida por la Iglesia como expresión significativa de la misericordia de Dios, que sale al encuentro de sus hijos para ayudarles a satisfacer las penas debidas a sus pecados "pero también y sobre todo para impulsarlos a una caridad más ferviente". A la Iglesia la mueve, en primer lugar, el deseo de educar, más que en la repetición de fórmulas y prácticas, en el espíritu de oración y de penitencia, y en el ejercicio de las virtudes teologales.
La reforma realizada por el siervo de Dios Pablo VI con la constitución apostólica Indulgentiarum doctrina
, del 1 de enero de 1967, elimina en alguna medida lo que podía inducir a los fieles a una mentalidad mágica. Esa doctrina expone claramente los presupuestos teológicos de las indulgencias, se basa en la solidaridad que existe entre los hombres en Adán y en Cristo, en la comunión de los santos, en el tesoro de la Iglesia, que consiste en las expiaciones y en los méritos de Cristo, de la santísima Virgen María y de los santos, que están a disposición de los fieles. En efecto, es preciso poner de relieve que las indulgencias no pueden lucrarse sin una sincera conversión y sin la unión con Dios, a la que se añade el cumplimiento de las obras prescritas.


¿No le parece que las condiciones para lucrar la indulgencia son muy fáciles?
Si se piensa que, juntamente con las condiciones habitualmente impuestas -confesión sacramental en el marco de quince o veinte días antes o después, Comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre-, para lucrar la indulgencia se requiere un grado de pureza eminente y signos de ardiente caridad, cuya realización resulta difícil para nuestra fragilidad, entonces creo que no conviene subestimar lo establecido.


¿Hay pecados que la Penitenciaría no puede absolver?
La Penitenciaría es la longa manus del Papa en el ejercicio de la potestas clavium. Por tanto, para realizar las funciones que tiene asignadas en el fuero interno, posee todas las facultades necesarias, con la única excepción de las que el Sumo Pontífice ha declarado expresamente al cardenal penitenciario que quiere reservarse para sí mismo. Por consiguiente, puede realizar, en el ámbito del fuero interno, todos los actos de competencia de los restantes dicasterios de la Curia romana.


Sobre el aborto se tiene la sensación generalizada de que la Iglesia no se interesa por la difícil situación de las mujeres.
Me parece que esa preocupación no tiene en cuenta la actitud que, por el contrario, la Iglesia manifiesta sin cesar precisamente para salvaguardar y proteger la dignidad y los derechos de la mujer. En efecto, son numerosas las iniciativas que organismos católicos y movimientos eclesiales, con valiente e inteligente compromiso, no dejan de promover con el fin de contrarrestar las tendencias culturales y sociales actuales contra la mujer, ayudando de forma eficaz a las madres solteras, comprometiéndose en la educación de sus hijos, dados a luz de forma irreflexiva, y facilitando incluso la adopción.

sábado, 10 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. XI

11. LA HOMILÍA COMO DIALOGO

Se recomienda decir la homilía como un diálogo. Intervienen integristas y progresistas, ave María Purísima. Como música de fondo, el dúo de la Traviata.

Soy el rector del seminario. Lo digo como simple ficha de identificación. No me siento rey, ni torre, ni alfil, mucho menos caballo. La vida, este juego de ajedrez. Ayer vinieron los seminaristas a pedirme permiso de hacer una academia teológica con el título de “Progresistas vs. integristas”.

—Déjenme pensarlo. Les resuelvo mañana. Dudé de momento. Varias veces hemos hablado del tema del camino. Caminar con La Iglesia, ni antes ni después. El reloj en punto. Y para caminar hay que dejar un pie atrás y echar el otro hacia adelante. Los dos pies atrás, el inmovilismo. Los dos pies adelante, la caída. La Iglesia es piedra inmóvil, pero también nave

peregrina. Y entonces me acordé de mi seminario, tiempos de Pío XII. Cuando yo fui seminarista, nuestro maestro de teología organizó una escaramuza en que yo la hacía de ateo y Fernando Martínez de “teólogo”, con resultados desastrosos, pues por los nervios de Fernando triunfó el ateísmo. ¿No era lo mismo que pedían ahora los seminaristas?

—Bien, muchachos, pero no olviden la consigna agustiniana: “in necesariis unitas, in dubiis Libertas, et in omnibus caritas”.

Aquello fue un tiroteo de objeciones. Salieron a relucir el latín y el marxismo, el canto gregoriano y los diáconos casados, el incienso y Camilo Torres, la carta de la Virgen de Fátima y la teología de la liberación. Había sido un buen repaso de los documentos del Vaticano II. El público no perdió palabra, por la temperatura del tema desde luego, pero también por la forma dialogal.

¿Es la hornilla un monólogo o un diálogo? Suele ser monólogo tedioso, debiera ser diálogo vivaz.

Hablamos solos, en solitario, no importa que enfrente estén cuatrocientas personas. Se nos olvida que la homilía es una conversación en que las respuestas de uno de los interlocutores van sobreentendidas.

La desatención de los oyentes, la dispersión, la abulia, el desinterés, el aburrimiento, es claro que pueden provenir de diversas causas. La más segura siempre es imputable al predicador, que convierte la homilía en un “solo para flauta”, el aria para que se luzca el solista en lugar del compartido dúo de la Traviata. Homilía musicalmente expresada como “single” y no como polifonía. Una sorda voz que ni siquiera puede aspirar al eco.

Habla el predicador, habla y habla, y los rostros del auditorio gimen como un friso fatigado, un altorrelieve de ojos congelados y hieráticos. Ni un guiño, ni una vibración. El silencio de las almas. El vacío de la campana pneumática. Y cierto olor a naftalina.

Haga usted el experimento. Siéntese en misa cara al pueblo mientras el sacerdote predica, y observe las reacciones. Nadie asienta, nadie discrepa, nadie devuelve al orador una respuesta.

El predicador monopoliza la palabra sin dar oportunidad a que el auditorio, tratado como objeto y no como sujeto de la predicación, participe a su manera a través de un silencio empreñado de ideas, sentimientos, voces y gestos.

La homilía como diálogo supone tanto actitudes de alma como actitudes de lenguaje.

Actitudes del alma.

El diálogo es un encuentro de personas, el encuentro de un yo y un tú que produce el nosotros. ¿Considera el predicador a sus oyentes como personas, como prójimos y cristianos que merecen respeto, amor, simpatía, paciencia y comprensión?

El predicador no elige a sus oyentes, Dios elige a nuestro prójimo inmediato. El es quien primeramente merece nuestra atención y entrega. Quizá teniéndolo físicamente muy cerca, esté separado de nosotros por una muralla, un foso largo de desatenciones.

Respetar al auditorio significa no herirlo jamás con aires descorteses, reconvenciones humillantes o frases vulgares. Amarlo, como el maestro ama al discípulo, el padre al hijo, el hermano al hermano. Comprenderlo vale tanto como conocer sus problemas para ayudarlo a descubrir la verdad y la vida, sin confundir la comprensión con la complacencia. El verdadero amor pone el dedo en la haga; si lastima no es por lastimar sino por curar.

El sacerdote antes de predicar podría decir: “Vamos a platicar Dios, yo y mis hermanos”.

Actitudes de lenguaje

Junto a las virtudes que abren el alma para acoger a los oyentes, el predicador debe utilizar los recursos del estilo, los trucos del oficio oratorio para que su homilía evite la pesadez estática del monólogo egoísta y adquiera el dinamismo caliente de ese ir y venir del yo al tú, que supone el diálogo generoso. Por ejemplo:

1. Dirigirse con frecuencia al público para interrogarlo.

¿Quién de ustedes sabe qué es la resurrección de la carne? ¿Cuánto tiempo hace que no oras? ¿Alguno de ustedes leyó en el periódico las declaraciones del Papa? ¿Estás seguro de que tu fe es consciente? ¿Qué hiciste ayer sábado por tu prójimo?

Algunas veces bastará dejar la pregunta flotando en el aire para que cada cual se la responda; otras veces será preciso que el predicador la conteste. En cualquier caso, el arte de interrogar inquieta, espolea, activa al auditorio.

2. Prever las objeciones. Exponerlas y refutar- las.

Ya sé que los partidarios del divorcio no estarán de acuerdo con el matrimonio indisoluble... Tal vez ustedes piensen que son exageraciones, sin embargo... A mucha gente no le gustaría oír hablar del pecado, la palabra misma suena anticuada, pero...

3. Interpelar con tacto y delicadeza al auditorio.

El que esté limpio de culpa, que tire la primera piedra. Ay de ustedes hipócritas, que ven la paja en el ojo ajeno, pero no advierten la viga en el propio.

Si ustedes, padres de familia, se quejaran menos de sus hijos y les dieran mejor ejemplo...

4. Dirigirse al auditorio para que asuma responsabilidades y tome resoluciones concretas.

¿Por qué no empiezan desde hoy mismo a tomar en serio su vida en gracia? Esto que les pide Cristo, a ponerlo en práctica... Homilía que no desemboca en una conversión, en una toma de conciencia, en una realización de vida cristiana, será golpe al aire y bronce que resuena.

Un maestro italiano cuenta sus experiencias en una sala de cine atiborrada de niños. Sentado frente al público, observó las diversas reacciones de la chiquillería. Apenas había comenzado la película, ya se había entablado el diálogo. De aquel lado las imágenes; de este lado los niños, y entre uno y otro el flujo y reflujo de la conversación. Los niños respondían no sólo con el alma, sino con los ojos, el rostro, las manos, los pies, todos convertidos en respuestas, vibrando al ritmo del orador de la pantalla. ¿Y la homilía? Cuanto más dialogal sea, más viva, es decir, más cercana a la conversación de un hombre que habla humana y fraternalmente a otros hombres. Su palabra, transmisora de la Palabra, será más eficaz. Porque no se trata de hablar “a”, sino de hablar “con”.

Manual de la Imperfecta homilia. XXI

21. QUE PIENSA LA GENTE DE NUESTRAS HOMILIAS

En que llegan a juicio final las homilías. Dies irae, dies illa. La parusía entra a escena. Y las trompetas apocalípticas. Dios nos tenga de su mano.

Tres presbíteros de la santa madre Iglesia, auxiliados por otros tantos beneméritos laicos, se dieron a la tarea semiolímpica de enviar seis centenares de cartas, contestación pagada, para una especie de encuesta, test o cardiograma en que el futurible corresponsal contestara, libre de cualquier inhibición, una sola pregunta: Cuál es la peor homilía que usted ha escuchado en su vida.

Se seleccionaron los encuestados tal como mandan los cánones, de diversa región, edad y profesión, sin que faltaran unos cuantos predicadores, que son los que menos escuchan-la palabra de Dios como que tienen que anunciarla. Igual que las campanas de la torre, llaman a misa pero jamás entran a oírla. No se puede repicar y andar en la procesión.

Fue inútil que los amigos presionáramos para que se publicara en libro el resultado de la encuesta. Tienen ustedes asegurado el éxito. El libro servirá más que cualquier manual engorroso sobre el tema. No se decidieron. Pero en un gesto de inusitada generosidad, facilitaron el material para resumir aquí, así sea en dosis homeopática, lo que la gente piensa y comenta con los vecinos acerca de la homilía dominical. La peor que un cristiano ha oído jamás en su azarosa vida.

Nota bene. Se suprime el nombre del predicador por estrictas razones de humildad, no vaya a tener tentaciones luciferinas de orgullo, alabado sea Dios; pero no pierde sus derechos de autor. Lo hablado, hablado queda. Cualquier semejanza presumible con algún predicador que usted conozca, debe imputarse exclusivamente a la casualidad, que es madre de muchas contingencias y una que otra jaqueca.

Encuesta 8. María Guadalupe García de Lozano. Casada, 32 años de edad, trabajos de hogar, vivo en Guadalajara. Un tiempo pertenecí a la Acción Católica, la abandoné desde que tuve gemelos.

“¿La peor homilía que he oído en mi vida? Es muy difícil contestar, pues he oído varias que son peores. Ahora me acuerdo de una que tengo muy grabada. Tal vez porque el evangelio de ese domingo trataba sobre las bodas de Caná, el padre habló del control de natalidad. Un tema que a mí en lo personal me interesa mucho, también a mi marido. Por más que puse atención, no entendí nada, el sermón fue muy elevado, cómo dijera yo, no estaba al alcance de la gente. El padre hacía distinciones muy sutiles entre conciencia errónea y conciencia perpleja, terapia curativa y terapia preventiva, teoría de Ogino y teoría de Knaus, causas de un solo efecto y causas de doble efecto. El padre ha de ser muy sabio, cómo no, y uno tan ignorante. ¿No habrá un lenguaje popular que traduzca para todos el mensaje de la Biblia y la doctrina del magisterio de la Iglesia? De otra manera las encíclicas no nos llegan, se detienen en estacionamientos exclusivos. Perdonen ustedes esta respuesta tan mal hilvanada…

Encuesta 65. Fidel Guevara, alias el Chu-en Lai, 20 años, estudiante universitario, carrera de Ciencias políticas y sociales. Vivo en la Ciudad de México.

“¿Homilías? ¿Con qué se come? Hace años no oigo las prédicas de los curas. Se la pasan hablando del otro mundo como si no existiera éste. Del infierno de allá, pero jamás aluden al infierno de aquí, las guerras, el hambre, el desempleo, la injusticia. Mucho Dios y poco prójimo. Mucha fe y pocas obras. Me gustaría que...” (Censurado).

Encuesta 133. Sor María Encarnación de la Transfiguración del Señor, en el mundo Petra Castillo, religiosa de votos perpetuos, 77 años, convento de San Luis Potosí.

“Dios bendiga a sus reverencias por largos años. Obtenido el permiso de nuestra reverenda madre, paso a decirles que a mí me gustan todas las homilías, con espíritu de fe hay que oír la palabra de Dios y no buscar las vanidades de la sabiduría de este mundo.

Yo creo que la peor homilía sería aquella que no estuviera inflamada en el amor de Dios, sin espíritu sobrenatural; pero no creo que existan esas homilías. No me imagino a un sacerdote predicando sin un alma humilde, pura y encendida como la de nuestra Madre Santa Teresa traspasada por el serafín. Indigna hija que a vuestras fervorosas oraciones se encomienda”.

Encuesta 197. Juan Francisco Garza y Garza, médico, 52 años, vivo en Monterrey.

“La peor, la escucho cada domingo en mi parroquia. El padre no dice nada, lo que se dice nada (non ens seu negatio entis), porque quiere decir mucho, y el que mucho abarca poco aprieta, y el que quiere la col quiere las hojas de alrededor. El domingo pasado rozó diez temas, uno por minuto, sin que fallara el tema de la unción de los enfermos. Es un apóstol de la unción de los enfermos. El pobre es reumático, artrítico y esclerótico. Doy fe, soy su médico de cabecera”.

Encuesta 224. Oscar Anzaldo, 18 años, futbolista, campeón de natación en la rama juvenil, vivo en Acapulco.

“Telégrafos Nacionales de México. Peor homilía, la larga. Saludos.”

Encuesta 310. Señorita Blanca Flores, de 56 años, soltera por convicción, doy clases de bordado, vivo en León.

“Con todo gusto me permito decirles que no estoy de acuerdo en la encuesta que ustedes promueven, pues dan por hecho que hay homilías peores, cuando que todas son muy bonitas. Y como para muestra basta un botón, aquí acompaño una copia del sermón que predicó el padre prior (léase prior) a mi sobrina el día que ella cumplió quince años.

‘Carísima hija. Allá cuando los rosicleres de la aurora despuntaban en un mar de nubes multicolores, viniste tú a esta tierra lóbrega y sombría como un rayo de luz que dispara las horrísonas tinieblas. Dios en su infinita misericordia, insuflándote un alma inmortal, hízote a su imagen y semejanza como por boca del Espíritu Santo confiesa el Génesis. El gran Agustín de Hipona asienta que la creación de un alma es obra deífica superior a la creación de los astros, (ni comida sin tocino, ni sermón sin Agustino). Ahora llegas a la cumbre bañada por el sol incandescente de la juventud con un alma pura e inmaculada cual gota temblorosa de rocío para salir de este sagrado recinto entonando al Creador cánticos mil y mil de acción de gracias’. (La sobrina, vestido de organza y escote en y, salió del sagrado recinto directamente al Salón Fiesta Palace donde la gota de rocío inició el baile amenizado por dos orquestas de la localidad)”.

Encuesta 348. Pedro Páramo, sacerdote, 31 años, profesor de Teología Dogmática en el seminario. Vivo en la blanca Mérida.

“La peor homilía es la que acusa imprecisión teológica por falta de estudio y actualización. En muchas homilías, este servidor ha escuchado incorrecciones no precisamente por exceso, sino por defecto, originadas por la rutina más bien que por la audacia. No es Catecismo Holandés o los teólogos de avanzada quienes pesan sobre estos sermones, sino los más antiguos enfoques moralizantes y pesimistas. No se trata de avances excesivos, sino de conformismo. El dato es grave, porque es de esa predicación rutinaria y anquilosada de la que la mayoría del pueblo de Dios únicamente se alimenta. El peligro no es que estemos ya en el siglo XXI, sino que aún estamos en el XIX”.

Encuesta 415. Romualdo Ovalle, 23 años, diácono, estudio en el seminario de Tula.

“Interesadísimo por la encuesta que ustedes realizan, pues aquí en nuestro seminario hemos hecho algo parecido grabando veinticinco homilías que posteriormente analizamos. A mí me tocó entresacar las frases ingenuas, débiles, chuscas, quizá insostenibles. Por ejemplo.

“Dios nos manda a este mundo para que suframos. El pecado deforma el alma haciéndola más o menos participante del demonio. Las mujeres también son hombres como nosotros. Las cosas de este mundo no valen nada. Recemos por los difuntos, especialmente por éste que nos acompaña. O sea, que practiquemos la justicia auténtica, no sólo dar a cada uno lo que es suyo, sino no robar nada a nadie, dijo el apóstol San Pablo. El papa también es un pecador. Si no estuviéramos bautizados, ¿cómo andaríamos?

Encuesta 476. Roberto Rebolloso y Zárate. Edad: media. Ocupación: canónigo de la Santa Iglesia Catedral de la Puebla de los Ángeles.

“Ami humilde juicio, la peor homilía es la que no interesa a nadie, la que no parte ni se nutre de la Biblia, la que no relaciona la palabra de Dios con la vida del hombre, la que no da una visión de la fe como compromiso dinámico y operante. Por ahí se dice que la predicación peca de temporalismo, la realidad es que en la mayoría de los casos es un espiritualismo desencarnado lo que predomina. Volver a la Biblia, vivirla y hacerla vivir”.

Encuesta 552. Salvador y Dolores Villalpando, del Movimiento Familiar Cristiano de Zacatecas.

“Lo que a nosotros nos inquieta es otra cosa. ¿Cuántas homilías se dicen en México cada domingo? ¿Y en el mundo? Torrentes. ¿No se estará desperdiciando tanta fuerza?

Si se lograra una seria renovación de las homilías, se lograría en consecuencia la renovación de la fe querida por el Concilio y el Santo Padre.

Conseguir que los trescientos mil sacerdotes tomen en serio a sus fieles y la palabra de Dios, y que los tomen en serio todos los domingos de su vida, ésta sí que es una gran tarea para la Iglesia. A lo mejor, se ha trabajado muy poco en ella”.

Encuesta 600.

—Estimado amigo Joaquín Antonio Peñalosa. Como sabemos que usted está preparando un libro con el título “Manual de la imperfecta homilía” o “Cómo predicar mal”, le suplicamos a la mayor brevedad posible que nos diga su real parecer sobre la peor homilía que usted ha oído.

—Con todo gusto. La oí ayer mismo y yo mismo la prediqué. Como me oí bastante bien, por eso me oí bastante mal. Pero como aún no escribía yo este librillo, no había podido leerlo ni mucho menos ponerlo en práctica. No es lo mismo hablar de toros que estar en el redondel. Así Dios nos ayude y estos santos evangelios. Me repito de ustedes su atento y seguro servidor que más desea verlos que escribirles...

Manual de la Imperfecta homilia. XX

20. PARA HOMILIAS, LAS DE JESUS

1. Anuncia siempre la verdad sin importarle las consecuencias. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). “Mi misión consiste en ser testigo de la verdad. Para eso nací y vine al mundo; todo el que está por la verdad me escucha”, contesta rotundamente a Pilatos (Jn 18, 37). “La verdad los hará libres” (Jn 8, 32).

2. Habla con autoridad y segundad, con fervor y entusiasmo. Deja siempre una idea constructiva, positiva y optimista.

3. No habla con teorías y conceptos abstractos, sino con mensajes concretos para receptores concretos.

4. Su predicación es realista. Habla de las experiencias de la vida cotidiana de sus oyentes, del ambiente en que están inmersos:

- el mundo vegetal: lirios, higueras, espinos, árboles de mostaza, semillas, tierra buena para sembrar; el mundo zoológico de 32 animales de tierra, aire y agua que fueron los más conocidos del pueblo, a partir de la oveja que fue el animal predilecto del Señor. Luego la gallina con pollos, el cordero, el asno, el camello, la paloma, la cabra, la serpiente, el cerdo, los mosquitos, el perro, la polilla, el lobo, el buey, los pájaros voraces, los peces fosforescentes, rubíes del lago, color de semáforo;

- el mundo del hogar: casa, puerta, techo, padre de familia, hijos buenos y malos, amigos que llegan de noche pidiendo de cenar, la alegría de la boda, muchachas con lámparas encendidas, la mujer desmemoriada que pierde la valiosa moneda, o el alimento usual de pan, vino, huevo, pescado;

- el pequeño mundo de los oficios: pastores, sembradores, ganaderos, comerciantes, pescadores, amas de casa.

5. Llama a los seres por su nombre, sin eufemismos: prostitutas, hipócritas, sepulcros blanqueados, raza de víboras. A Herodes le dice “zorro” que, en el caló popular, significaba “ser un don nadie”.

6. Desmitologiza el lenguaje. Ya no dice Yahvé sino que se dirige al Padre con el delicioso nombre arameo de Abba, que no se traduce precisamente padre; sino en cariñoso diminuto de padrecito, papá, papi.

7. Utiliza el lenguaje del pueblo, pero sin caer jamás en vulgaridad.

8. Para despertar la atención y curiosidad de los oyentes, y para hacerlos pensar, lanza preguntas. “,Qué dice la gente que soy yo?” (Le 15, 4). “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas, no deja las noventa y nueve en el campo para buscar a la que se perdió?” (Le 15, 3-7). “¿A qué se asemeja esta generación?” (Le 7, 31). (Resulta que hoy los técnicos de comunicación y los maestros de escuela están descubriendo que la interrogación es excelente recurso pedagógico y oratorio).

9. Para que su enseñanza sea más fácilmente captada, Jesús utiliza estas cuatro técnicas:

- la metáfora, identificación de dos seres. “Ustedes son la luz, la sal” (Mt 5, 13). “Tú eres piedra” (Mt 16, 18);

- los símiles o comparaciones y semejanzas entre dos seres, por asociación de ideas. “Los envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10, 16). Compara el reino de los cielos a una semilla, a una red, a una perla (Mc 4, 30);

- la parábola, breve narración de un suceso fingido del que se deduce, por semejanza o comparación, una verdad importante o una enseñanza moral, con lo que el orador excita la atención y curiosidad de los oyentes. “No les hablaba sino en parábolas” (Mc 4, 34). Son unas cincuenta las que recoge el evangelio, entre las que brilla la del hijo pródigo, como una joya de la literatura universal;

- los refranes, dichos o proverbios. Frases de pocas palabras con un fondo de sabiduría popular y de sentido común. El refrán es la filosofía del pueblo. Jesús acuñó no menos de 130 refranes en su predicación, muchos de los cuales han pasado al patrimonio general. “No sólo de pan vive el hombre” (Mt 4, 4). “Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán” (Mt 15, 14). “Pidan y se les dará” (Mt 7, 7). “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).

10. No discrimina a sus oyentes heterogéneos en edad, cultura y condición social. Todos son dignos de recibir su mensaje y expresar su opinión. Cualquiera puede interrogarlo y aun interpelarlo. Su oratoria es monólogo y diálogo.

11. Trata afectuosamente a quien lo escucha. Son amigos, hijos, hermanos. Pero cuando es preciso, salta y quema la energía y la ira santa.

12. No le interesa halagar al público y buscar su aplauso; sino que más bien lo problematiza, lo enfrenta consigo mismo y con la verdad. (Ay, aquella dulce mujer del pueblo no pudo contener el entusiasmo al oír hablar a Jesús, cuando le gritó el piropo más sensible: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron” (Le 11, 27).

13. No impone su doctrina. Respeta la humana libertad. Deja que sus oyentes decidan: “Quien quiera oír, que oiga” (Mc 4, 23).

14. Respalda sus palabras con hechos, la coherencia perfecta entre el mensaje y la vida. Por eso el libro de los Hechos de los Apóstoles afirma que Jesús primero hizo y después dijo (1, 1).

La lectura y la meditación del evangelio es una lección magistral de homilética.