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jueves, 8 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. VI

6. TEMAS OMNIPRESENTES Y TEMAS AUSENTES

Se refiere así a las homilías que son disco rayado, corno a las que callan melodías. Se insiste en que el ambón debe oler a oveja. No a Chanel 5.

Usted se acuerda de aquel padrecito preconciliar, él no tuvo la culpa de morirse antes del Vaticano II, que sólo se sabía el sermón de la confesión, sin humor para aprenderse otro, pero habilísimo para introducirlo en cualquier ranura.

De suerte que cuando lo invitaron a cantar las glorias del Castísimo Patriarca Señor San José, se acordó de su lógica menor aprendida con qué apuros en los verdes años de seminarista y para pronto disparó una sorites de antología, “Carísimos hermanos, celebra hoy la Iglesia la fiesta de san José. San José fue carpintero. Los carpinteros fabrican confesionarios. Los confesionarios sirven para oír las confesiones. Os hablaré de la confesión”. (Sorites: silogismo en que el predicado del juicio anterior pasa a ser sujeto del siguiente).

También algunos carísimos hermanos post-conciliares inciden en semejante manía. Más o menos repiten el mismo menú cada vez que predican. Y si son párrocos inamovibles, la indigestión diezmará a la grey. Délo por hecho.

Insistencia hasta el hastío, monotonía hasta el cansancio. ¿Por qué? Sea por personales gustos y preferencias del orador, por la pereza en preparar otros temas, por la moda al día —pues de ella no se escapa ni el saber teológico— que va poniendo ciertos temas de relieve según se quedan otros postergados, y aun porque no es raro que algún predicador viva obsesionado por determinado tópico del que se considera su personero, difusor, apologista y magnavoz.

El sacerdote que lleva trabajando diez años con el laicado apostólico es claro que habla a cada paso del sacerdocio bautismal; y que el otro que jadea entre alcohólicos anónimos, se dispare contra la ebriedad hasta en la homilía de la Purísima; y que el catedrático de Historia de la Iglesia suela predicar con base en Constantino, las Cruzadas y la Contrarreforma. De la abundancia del corazón habla la boca. Yubi corpus ibi congregabuntur et aquilae”.

Las cosas suelen extremarse hasta tal punto, que en una parroquia de cuyo nombre no debo acordarme, dotada de párroco, vicario parroquial A y vicario parroquial B, los fieles acertaban en sus pronósticos, la quiniela no tenía pierde; pues si aparecía en el altar el vicario A, estaban seguros de que hablaría sobre el testimonio bautismal; si era el vicario B, podrían esperar un discurso sobre el tema “todos somos Iglesia, no sólo el papa y los obispos”; y si el párroco en persona ascendía al ambón, por sabido se daba una perorata en contra del cine pornográfico, pero a favor de los diezmos y primicias.

El egoísmo de los gustos personales sin atención a las necesidades generales del sufrido pueblo de Dios, la inercia intelectual, la verificación del apotegma “cada cuerdo con su tema”, el olvido de los textos bíblicos que marca la liturgia, la moda en turno y aun la especialización de los doctos, son los responsables de pegar la aguja al microsurco hasta rayarlo de pura monotonía en detrimento de la historia de la salvación reducida a un solo capítulo, en detrimento de la liturgia eucarística de la que la homilía forma parte integral y en detrimento de los fieles obligados a escuchar cada domingo el mismo son.

Por otro lado, hay temas ausentes, marginales, silenciados, yo no diré de propósito, juzgue Dios, sino por inconsciencia más o menos voluntaria, de los que jamás habla el predicador en sus homilías.

Se irá a la tumba sin haber predicado jamás del primado de Pedro, la unción de los enfermos, o el “no mentirás”; no tendrá derecho al epitafio del Santo Cura de Ars que predicaba de todo el Evangelio con “amore - more - ore - re”.

Trabajo que deberán presentar los seminaristas para tener derecho al examen mensual de Pastoral Didáctica. ¿Cuales son a tu parecer los temas que el sacerdote no suele tocar hoy en sus homilías? Enumera los principales según tu experiencia.

—“En las homilías que me ha tocado oír en mi parroquia desde hace dos años, pues voy cada domingo a ayudar en la participación de los fieles en la misa, nunca se ha hecho referencia al tema de los santos (quiénes son, su culto, cómo imitarlos), los temas escatológicos (no he oído hablar nada del infierno, el cielo, la muerte, el juicio, el diablo, a pesar de haberse puesto de moda gracias a “El exorcista”). No se dan a conocer a los fieles los documentos pontificios ni las pastorales colectivas de los obispos. Poco se ha predicado sobre los grandes temas de la ascética cristiana y la vida espiritual, como si hubiera pasado de moda nuestra vocación a la santidad. También creo que los padres no insisten en las virtudes y pecados sociales de los que todos somos responsables, como la paz, la justicia, la libertad amenazada por todas partes. Dispense la brevedad, pero espero que por favor me conceda derecho a presentar examen. Acuérdese que usted fue también seminarista. Gracias”.

Hace algunos años, la tendencia de la homilía era más bien moralizante. Se nutría, por usar una frase todavía pedagógicamente válida, no tanto de teología dogmática cuanto de teología moral, “que trata acerca de los actos humanos en cuanto que son medios para alcanzar el fin último sobrenatural”.

Y entonces los fieles recibían tupidos consejos acerca de los pecados y las virtudes, los deberes de estado, los preceptos de la Iglesia, la casuística de cada día, los diez mandamientos de la Ley de Dios que se encerraban un poco freudianamente en dos, el sexto y el noveno.

Predicación machacona y repetitiva, al grado que la palabra “sermón” solía ser sinónima de regañada, donde a veces el Crisóstomo en turno ni siquiera explicaba la moral como ella es, positiva y estimulante, un chorro de luz para el camino, sino código exclusivo de prohibiciones, almacén de sombras.

A fuerza de predicar lo que es preciso practicar, se olvidaba lo que es preciso creer. Teología moral, sí; teología dogmática, no.

Importaba más aclarar en qué consistía el ayuno eucarístico que la Eucaristía. Y si acaso se elegía un tema dogmático, enseguida se le hallaban sus derivaciones prácticas, con lo que el dogma quedaba fuera de combate.


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