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jueves, 8 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. IV

4. PREPARACION EN EQUIPO DE LA HOMILIA

De las ventajas de preparar en equipo la homilía. Aparecen ocho sacerdotes, un laico y las benditas ánimas del purgatorio.

Decidieron reunirse cada jueves para preparar en grupo la homilía y precisamente en el seminario para acordarse de sus tiempos. Jean Cocteau escribía: “Siempre canta bien quien canta posado en su árbol genealógico”.

Era un grupo, digamos, juvenil de caras; pero ¡ay!, todos con diagnóstico de calvicie, excepto Salvador, de melena semibitierjana. José Luis, dueño de tres carismas, vicario cooperador en el suburbio, nariz de águila bicéfala y guitarrista por añadidura. Ricardo, constructor de templos y contribuyente de la polución ambiental, por donde pasaba iba regando bravías bocanadas de puro, de puro humo. Baltasar, teólogo de

avanzada, afecto al queso holandés y al clima primaveral de Cuernavaca. José Pescador, vicario de religiosas, lleno de ontológica preocupación por las esposas del Cordero. Baudelio, desparpajado y dicharachero, capellán de una escuela de estudiantes medios. Rodrigo, alto funcionario de la mitra, chaleco de ejecutivo, portafolio de publirrelacionista. Y el párroco don Carlitos, anciano honoris causa.

De don Carlitos se contaba que, en cierta ocasión, que mandó al señor Obispo un oficio para solicitar una dispensa de impedimento de afinidad en línea colateral de grado primero mezclado con grado segundo, pues se trataba del casorio de un viudo con la sobrina carnal de la finada, don Carlitos concluyó el petitorio con lo que él creía la fórmula burocrática de rigor: “Dios me guarde de su ilustrísima por largos años”. Por largos años lo mantenía en vida el que es Todopoderoso y el frasco de multivitaminas, desde que reinaba en la cátedra de Pedro, san Pío X. No contaba los años que tenía, sino las encíclicas que había ido recibiendo. Tenía de edad 67 encíclicas, sin contar los documentos conciliares.

Con los ocho sacerdotes acudía con puntualidad no ciertamente mexicana, pues llegaba al golpe del segundero, el doctor José Miguel Torre, experto en cardiología, y otras especializaciones ultracientíficas.

—En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

Don Carlitos abría la sesión con las preces de costumbre, la costumbre de él, que era un Padrenuestro, un Avemaría y un Credo de propina por las benditas almas del purgatorio.

¿Cuántas personas deben integrar el equipo? No más de doce. Porque se trata de un grupo de estudio y reflexión en el que cada uno de sus miembros pueda intervenir. Un grupo numeroso atomiza la participación y el clima de intimidad, de intensidad que el estudio requiere.

¿Quiénes deben integrar el equipo? El equipo ideal

es el que reúne sacerdotes y laicos. Los laicos pueden ayudar tanto con sugerencias en la preparación de la homilía como con opiniones acerca de las homilías que escuchan, como que ellos son sus naturales destinatarios.

Pensamos también en la conveniencia de un grupo pluralista de sacerdotes que van a predicar en comunidades y celebraciones distintas en vista del mayor enriquecimiento mutuo.

Puede invitarse, de vez en cuando o para cada sesión, a algún sacerdote experto en Biblia, teología, liturgia, pastoral, psicología, ciencias de la comunicación que auxilie con sus conocimientos teóricos o prácticos. Sin embargo no conviene que la reunión se inicie dando la palabra a uno de estos peritos, pues la conversación que sigue puede quedar muy condicionada por lo que aquellos expertos digan y tomar un rumbo descaminado; lo mejor es que intervengan al final o cuando el grupo se atasque en algún bache.

Se requiere un moderador flexible y ordenado que conduzca la reunión dentro de una atmósfera de atención amistosa de todos hacia todos, que suscite la intervención de cada uno, que no descarte ninguna aportación valiosa, que evite los retrasos y los avances a destiempo, verdadero capitán de futbol que impulse al equipo hacia la meta.

El primer empeño del moderador ha de consistir en establecer, de acuerdo con el grupo, la metodología del trabajo. A qué horas empezar y concluir. Cómo se va a desarrollar la sesión. Cómo se va a tomar la palabra. Un mínimo de formalidades, o se pierde el tiempo y la oportunidad.

Una condición previa, el compromiso de que cada cual vaya preparado a la reunión. Si todos llegan partiendo de cero, la reunión, júrelo usted, será dilatadísima, cansadísima y algún otro epíteto en ísima. La deserción es previsible. Si algunos acuden “tamquam tabula rasa”, serán lastre y rémora de los otros, los responsables que sí se prepararon.

He aquí lo que podría ser el esquema de la reunión, según las pistas de Luis Maldonado en El Menester de la Predicación.

1. Lectura. Primero se leen en español las tres lecturas de la misa, tal como aparecen en el misal, tal como lo van a escuchar los fieles.

2. Personajes. Concluida la lectura lenta y sabrosa, el moderador plantea una pregunta sencilla a todos los reunidos: ¿Qué interlocutores o personas intervienen en estos pasajes? ¿Cuáles son los que aparecen en primer plano y cuáles en segundo? Los participantes emiten sus opiniones que se contrastan entre sí.

3. Género literario. ¿A qué genero literario pertenece el texto? ¿Es narración de un milagro, una parábola, un himno, una exhortación parenética, una confesión de fe, un catálogo de virtudes, de pecados...?

4. Tres contextos. ¿En qué contexto se encuentra este pasaje? Es necesario situar la perícopa:

a) en su contexto bíblico para la mejor clarificación del contenido.

b) en su contexto litúrgico para establecer la relación entre el pasaje de la Biblia, y el misterio que celebra el ciclo litúrgico.

c) finalmente el contexto histórico. ¿A qué problema de la comunidad responde el texto bíblico? ¿Cómo y dónde se plantea hoy un problema análogo?

5. Tema central. ¿Cuál es el mensaje del texto, su núcleo central, la idea capital que encierra? De los diversos temas o subtemas, ¿cuál es el centro de gravitación de la homilía, teniendo en cuenta la comunidad a la que va dirigida?

6. Reflexión sobre el tema central. Una vez que ha aparecido el eje de la predicación, es necesario reflexionar tanto en las lecciones e implicaciones que encierra el tema central para el cristiano de hoy, como en los objetivos que se propone el predicador. Sea que prefiera llevar a los fieles a una nueva comprensión de la fe —“docere”— o movilizar su decisión para un mayor compromiso

—“movere”—; o suscitar el gozo y la alegría —“delectare”. No es que se hayan de separar estas tres metas, sólo se trata de acentuar una más que otra, según convenga en cada caso.

7. Esquema escrito. Al término del coloquio, es muy útil formular por escrito, en frases sencillas, el mensaje y la exhortación correspondiente al mensaje. No serán tesis abstractas, sino reflejo del clima del coloquio y eco en el cual resuenen las orientaciones, aplicaciones y actualizaciones emitidas.

8. Elaboración personal. La preparación en equipo de la homilía no excusa del trabajo individual. Después de la reunión, el predicador entra en la fase de la meditación, de la elaboración personal, puesto que es él con su propio estilo y recursos quien va a decir la homilía, sin olvidar desde luego las líneas descubiertas a través de la conversación comunitaria. ¿Cómo va ganarse a los oyentes? ¿Cómo va a empezar o concluir?

9. Crítica. Es necesario que, si no el grupo en pleno, por lo menos alguno de sus miembros escuche la homilía de otro con lo que no sólo se ayuda a un particular sino además se promueve solidariamente el bien de todos.

Georges Michonneau en su libro Hablemos de la predicación, expone este otro método más sencillo que el anterior. No sin antes ponderar la preparación en equipo de la homilía como “la gran escuela, la escuela casi infalible de donde no se puede salir más que buen predicador, al menos muy aceptable”.

El equipo debe integrarse preferentemente con los sacerdotes que trabajan en la misma parroquia. He aquí los pasos principales del equipo:

1. Al terminar la sesión semanal, se precisa el tema de la homilía del siguiente domingo.

2. Durante la semana, cada uno trabaja por su cuenta en la preparación del tema.

3. En la sesión reglamentaria, que el autor llama “el mercado de ideas”, todos aportan el fruto de su reflexión. Cada uno expone por turno lo que ha encontrado y de qué manera enfoca el tema y la forma de expresarlo.

4. Cuando todos han hablado, se hace la síntesis y el esquema definitivo de la homilía.

5. A la siguiente sesión, se hace la crítica en común de las homilías dichas el domingo anterior, bajo un clima de sencillez y confianza fraternal.

Gracias a este sistema que combina el esfuerzo individual y el del grupo, el estudio y la crítica, se logra que la predicación no sea tanto el resultado de diferentes pensamientos sumados o confrontados, ni menos una elaboración exclusivamente intelectual, sino el fruto del espíritu sacerdotal vivido por el equipo.

(Don Carlitos cerró la sesión con las preces de costumbre. Las benditas ánimas del purgatorio percibieron un suave rocío).

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