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jueves, 8 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. VIII

8. HOMILIAS PLUSCUAIMPERFECTAS

Pasa un peligroso desfile de homilías. Fanfarrias y pendones. Tanques de guerra. Disparos al aire. Tenga usted cuidado.

La homilía libresca

Su Señoría modeló una homilía inobjetable de doctrina. Teología como pulpo en su tinta. Los sinodales de la Pontificia la hubieran sancionado “cum laude”.

Pero, ¡ay!, demasiado sabor a libro, homilía de papeleta, predicación de escritorio, academismo de marmórea elegancia, argumentos asumidos en orden riguroso “ex Scriptura, traditione et rationibus convenientiae”,demostración inductiva y deductiva, algún “a priori” y numerosos “a posteriori”,un verdadero curso de invierno, con más invierno que curso, tesina para el claustro de profesores. ¿Y los obreros, y las amas de casa, y los jóvenes deportistas?

¿Dónde se enciende la calefacción? ¿Dónde está la ventana que da a la calle? La biblioteca, la erudición teológica congeló la vida, la vida que está en la Palabra de Dios precisamente para vivificar al hombre.

La homilía arqueológica

—Carísimos hermanos.

Desde el ambón un sacerdote de ojillos perdedizos bajo los gruesos aros de carey, catedrático de Gnoseología en el Seminario Mayor, noches de investigación robadas al descanso, explicaba a la asamblea el texto de Mateo sobre la adoración de los magos. La Epifanía a la vista.

“Reinando Herodes. Trátase aquí de Herodes el Grande, llamado el Idumeo, que reinaba hacía más de treinta años. El historiador Josefo certifica que, atacado de una enfermedad repugnante, murió devorado por los gusanos. Unos magos vinieron del Oriente. (Tres minutos geográficos para precisar el punto de partida; otros tres para demostrar, contra San Cesáreo de Arlés, que los magos no eran reyes, sino magos).

¿Cuántos fueron los magos? La Iglesia siria habla de doce; la Iglesia latina de tres, según testimonio de San León y los frescos de las Catacumbas. Lo más seguro es que quién sabe cuántos serían (véase en J. Knabenbauer). ¿Cómo se llamaban los magos? Disgresión interesantísima por los campos de la onomástica. ¿Cuándo llegaron a Belén? Referencias al calendario romano y judío. Vimos su estrella en el oriente. ¿Qué era aquella estrella, carísimos hermanos? ¿Un rayo de luz, una conjunción planetaria, un brillante meteoro?

El predicador concluyó aludiendo al oro de Ofir, el incienso de Arabia y la mirra de Etiopía. He dicho.

Arqueología: ciencia de las artes y documentos de la antigüedad. Homilía arqueológica: Trata de reconstruir el pasado, incursiona en los detalles secundarios como si fueran primarios, convierte la historia de la salvación en historia, goza explicando no el mensaje de Dios sino curiosidades periféricas. Tales como fariseo, dracmas, hidras, metretas, estadios, Mar de Galilea, hora sexta, ascendencia de José, el atrio del templo, la topografía del Calvario, el menú de la última cena.

Bien están unas cuantas pinceladas que clarifiquen los escenarios bíblicos, la explicación de un dato que resulta una incógnita para los no iniciados, un poco de color que devuelva al pasado su efectividad de vida. Cristo real en un mundo real, pero sin la manía arqueológica ni la exageración histórica que se anda por las ramas.

La homilía romántica

La campanilla del convento asustó a los pájaros que picoteaban los duraznos. La hermana cocinera no podía odiar a los pájaros, hija al fin de nuestro seráfico padre Señor San Francisco; pero hacía sus restricciones mentales. Soñaba con aderezar unos duraznos en almíbar para el santo de la Reverenda Madre, de esos que confieren trescientos días de verdadera indulgencia.

Las hermanas tomaron sus asientos en la capilla sonando largos rosarios frisones, una gota de agua bendita en la frente. Alabado sea el Santísimo Sacramento, en cada instante y momento.

El padre capellán, un viejecito también en almíbar, dulce y picoteado por el pájaro del tiempo, fue abriendo los labios con trabajo, las puertas enmohecidas.

—Amadísimas hijas en Jesús, José, María y Francisco.

—Amén, contestaron a coro las hermanas.

Los hombres, como las homilías, según Carlyle, se dividen en aristotélicos y platónicos, cerebrales y sentimentales, pura cabeza o puro corazón.

El romanticismo surge a principios del siglo XIX como una corriente artística y vital que, por natural reacción contra un racionalismo frío y academista, enhiesta en un pedestal a los valores afectivos y pasionales e irrumpe con el sentimentalismo a hombros de apoteosis contra la demasía de la razón. El corazón late de nuevo, los ojos se acuerdan que también sirven para llorar.

Pero es claro que el romanticismo que todos llevamos connaturalmente en el alma, existe antes y después que se hace escuela y moda. ¿Quién que es, no es romántico?

Es natural que de predicadores platónicos surjan homilías románticas. Tan románticas algunas que parece que está uno leyendo la típica novela rosa, Pérez y Pérez las escucharía con devoción.

Emplean las mismas técnicas del folletín y la telenovela: lágrimas y sonrisas, una fuerte dosis de azúcar sin miedo a la diabetes. Una exclamación por aquí, una interjección por allá, el recurso efectista del grito y el trémolo, el lenguaje del sentimiento en re menor, “pavana para una infanta difunta”, el despliegue de las pasiones en ancho abanico y hasta alguna frasecilla pietista y suavecita:

“Amadísimas hijas, Cristo vive llorando en el sagrario

No estamos contra la emoción. Los grandes pensamientos nunca son tan grandes como cuando pasan por el filtro del corazón. ¡El fuego, la sensibilidad, la creatividad imaginativa con que predicó Cristo! Estamos contra el prurito de poner la emoción en primer plano y en querer suplir, con los recursos de la fantasía, el contenido doctrinal.

Predicar no es andarse por las ramas, pero tampoco andarse por el tronco. El árbol completo es primero tronco, después ramas.

Salvador Díaz Mirón, tan poco homilético en su tumultuosa vida, daba la clave del poema, que por añadidura es también la clave de la homilía:

“Tres heroísmos en conjunción:

el heroísmo del pensamiento

el heroísmo del sentimiento

y el heroísmo de la expresión”.

La homilía demagógica

Fray Juan de los Ángeles que, a juicio de Menéndez y Pelayo, escribía con un estilo de leche y miel, entre nieve y oro, escribe en el prólogo de sus Triunfos del amor de Dios que el hombre en su larga vida apenas puede hacer una definición quiditativa de cuantas cosas Dios crió. Una definición por vida. Bastante poco. Seamos, pues, tolerantes con el reverendo diccionario de la lengua. El diccionario define así.

Demagogia: corrupción de la democracia sacrificando el interés general al de un grupo. Halago a las masas.

Demagogo-a: cabeza o caudillo de una facción popular. Sectario de la demagogia. Orador que promete lo incumplible.

Atenidos a estos intentos definitorios, la homilía demagógica sería aquella que traiciona al mismo tiempo tanto al mensaje como al destinatario del mensaje. En ambos casos, el mensajero huele un poco a traidor, objetivamente es claro, porque “de internis neque Eclesia iudicat”.

Traición al mensaje, porque el predicador agranda o empequeñece, destaca o acalla, y en cualquier caso desfigura y distorsiona la doctrina y las realidades, la palabra divina y los acontecimientos humanos. Lleva el agua a su molino, hace decir al evangelio lo que él quiera que diga o no diga, interpreta a su conveniencia, el magisterio universal lo vuelve magisterio personal; la Iglesia, iglesia de bolsillo.

Traición al destinatario del mensaje, la porción del pueblo de Dios que pastorea, al que busca mucho más que servir; al que presenta no la verdad integral a la que tiene derecho, sino la sutil imposición de su verdad, al que algunas veces divide en lugar de unir, al que despista con sus opiniones en vez de educar en la fe, al que presenta problemas sin ofrecer soluciones y si las ofrece resultan enigmáticas o utópicas.

Una homilía demagógica puede partir de cualquier boca, a propósito de un tema muy espiritual o muy temporal, a título de eso que llaman derecha e izquierda, en nombre de la tradición o del progreso, a favor de o en contra de. El resultado es el mismo, traición al mensaje y a su destinatario.

Entiérrese o crémese la homilía que versa sobre temas de política de partidos, no la que defiende la Política (así, con mayúscula) del bien común. “Lo primario del profeta es anunciar, no denunciar. Su figura no es la de Jeremías, sino la del ángel sentado junto al sepulcro en la mañana pascual” (Luis Maldonado).

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