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jueves, 8 de mayo de 2008

Manual de la Imperfecta homilia. IX

9. HOMILLAS PARA HOY Y PARA AQUI

En que se dice que el predicador debe ser como el periódico y la homilía como la noticia. Se presenta la imagen de Cristo Reportero.

¿Otra definición de hombre? Sí, porque las mil y una que ya existen, no acaban de satisfacer a nadie. El mono desnudo, el mono vestido, el mono gramático, fragmentos de luz, trozos de cristal en el caleidoscopio. Pongamos otro más, por si la figura adquiere un nuevo colorido, el mono informado. A sus necesidades biológicas y espirituales, el hombre ha añadido a partir de este siglo la necesidad de información.

Informar es dar noticias. Sin noticias el hombre acentuaría su soledad, perdería su nueva dimensión de ciudadano del mundo de la que no piensa renunciar. Las noticias son el cordón umbilical que lo alimenta, sin ese alimento desfallecería.

Las noticias, he aquí la expresión más sencilla, pero más gráfica, de la naturaleza social y de la actividad solidaria del hombre.

Por eso la fiebre con que quiere ser informado

—saber lo que sucede en el mundo porque es su casa— no una vez, sino varias veces al día.

Del periódico ha hecho más que un apéndice al margen, una parte habitual de su vida. Porque el periódico es todo información, desde el bloque macizo de noticias que constituye su misma esencia, hasta los artículos de la página editorial que comentan esas noticias y aun los anuncios que en cierta manera se asoman con un rostro noticioso.

De la radio y televisión, el hombre contemporáneo guarda indudable preferencia por los noticiarios, de cuyos horarios y programaciones siempre está al tanto. Y en cuanto al cine, las películas podrán ser discutidas; en cambio, los documentales informativos tienen asegurada la aceptación general. El mono informado.

Es típica la definición norteamericana de noticia: “Algo que ha sucedido y en que la gente está interesada”.

Sin hechos no hay noticias. El reportero los ve y los oye. Es el testigo que transmite su experiencia. El que presta sus ojos para que los otros vean, el que presta sus oídos para que los otros oigan. El puente trazado entre el acontecimiento y el hombre interesado en él.

Noticia es el relato de lo que habiéndose producido en el último instante, es desconocido por quienes no lo presenciaron y están interesados en conocerlo. ¿Por qué no hacer de la homilía una noticia y del predicador un reportero?

Cristo es el reportero por excelencia que nos descubre la vida y la palabra de Dios: “el que me ve, ve a mi Padre”, “yo he venido para revelarles estas cosas”. Reportero y noticia a la vez, mensajero y mensaje, revelador y revelación, transmisor y transmisión. “El que me oye no anda en tinieblas”.

Cristo vino precisamente a evangelizar, es decir, a informar, enterar, dar noticias. Su evangelio, a diferencia de las noticias humanas, siempre es una buena noticia, porque es noticia de salvación. Y además, una noticia nueva, no antigua ni anticuada, tan actual como Dios, como Cristo mismo que siendo de ayer es de hoy y de siempre, como la necesidad permanente de liberación que tiene el hombre. Un hombre que por la palabra de Dios tiene que ser renovado, revestido de la novedad de Cristo.

La Biblia es la palabra de hoy de Dios para el hombre de hoy, como será para el hombre de mañana. No es que se ponga ni que pase de moda. De por sí es historia viva, noticia, novedad, frescura, flamante actualidad.

La realidad es muy otra. La buena nueva nos llega a través de un texto escrito hace siglos, que por tanto tiene una tradición y que además el sacerdote la da por conocida, leída, estudiada. La noticia deja así de ser noticia.

Los fieles que escuchan la explicación de un trozo bíblico lo sienten tal vez como lo más natural del mundo, como algo sabido desde antiguo. Las bienaventuranzas, ah, sí, ya me acuerdo. La parábola del hijo pródigo, el mismo disco de ayer y de antier. El predicador no pudo percibir ningún atisbo de novedad, de actualidad en el texto bíblico que comentaba. Tal vez la rutina contraída al paso del tiempo, la falta de oración y reflexión, la tibieza y la negligencia, tal vez las cobardías, las capitulaciones.

Si quieres que llore, es preciso que tú llores antes, así traducían a Horacio los seminaristas de los fabulosos veintes. Si el predicador no convierte lo conocido en desconocido, si no se sorprende ante lo que él mismo predica, no podrá despertar en el auditorio un sentimiento de sorpresa. Su rutina desencadenará una nueva rutina.

La lectura del Evangelio suele comenzar con la fórmula tradicional “en aquel tiempo”, que la homilía prolonga en la misma fecha. La predicación es también “en aquel tiempo”, no “en este tiempo”, “para este tiempo”, sino cosa del pasado, archisabida, caduca, liquidada. Sobre las ideas y el estilo, una gruesa capa de polvo de in illo tempore.

¿Cómo devolver a la homilía la novedad de la noticia? Pues haciendo que la homilía conjugue las tres características sustanciales de la noticia, que son la actualidad, la proximidad y el interés.

Actualidad

Veinticuatro horas es un plazo tan largo en la vida de un periódico como una generación en la vida de un hombre. El lector ansía saber lo que pasa hoy y sucederá mañana, conforme ha perdido todo interés por el ayer, así el ayer haya sucedido un día antes. Quiere la noticia fresca en el periódico y en la homilía.

El predicador ha de orientar el texto bíblico a la nueva situación histórica del hombre al que se dirige, descubrir el mensaje que guarda para el cristiano concreto de hoy, entrañar sus derivaciones hacia las actuales circunstancias, aplicar la palabra eterna al momento efímero.

La homilía que huele a tiempo pasado o manifiesta un neutralismo atemporal, no le dice nada al auditorio a no ser un bostezo demasiado elocuente. Si el predicador afoca la luz del Evangelio sobre la problemática real del hombre-siglo-veinte, donde éste pueda encontrar una palabra personal para su situación presente, la homilía será una predicación de hoy para el hombre de hoy y no, como a menudo acontece, una predicación desde hoy para el hombre de ayer.

La proximidad

Una noticia es más noticia a medida que los hechos que relata suceden más cerca del lector. El incendio de un mercado en la ciudad donde uno vive, es noticia de ocho columnas; si el incendio se registra a quinientos kilómetros, merece unas cincuenta palabras; si acontece en África, no es noticia ni hace falta que aparezca en el periódico.

El interés del lector aumenta de acuerdo con la proximidad. Lo más próximo es él mismo. Por eso la noticia que más interesa es aquélla donde el lector aparece. Su nombre en letras de imprenta y por la calle.

La homilía masificada que se dirige a un auditorio inconcreto y vago, en realidad no se dirige a nadie. Bronce que resuena en el aire. Cada uno de los que escuchan debe sentirse aludido, interpelado en lo individual. La palabra de Dios fue dicha para mí en lo personal. El predicador se refirió a mí, habló conmigo, de tú a tú. Proximidad, presencia, conversación.

Interés

De los varios cientos de noticias que aparecen en el periódico del día, nos detenemos en algunas, rechazamos las demás. Sólo leemos las que nos parecen importantes, las que tienen trascendencia, las únicas que merecen nuestra atención.

No es otra cosa lo que busca el auditorio en la homilía. Algo que de veras importe para su vida. Que lo afecte, que le llegue, que lo entusiasme.

La palabra de Dios es por sí misma actual, próxima e interesante, verdadera noticia con sus tres notas esenciales. Sólo falta que la palabra del predicador sintonice con la palabra de Dios y la psicología del hombre.

Bellas palabras de Blondel: “En cuanto uno ya no se sorprende de Dios como de una inefable novedad, y se le mira desde fuera como objeto de conocimiento o como simple ocasión de estudio especulativo, sin juventud de corazón ni inquietudes de amor, todo se terminó, y en las manos no queda más que un fantasma y un ídolo”.

Sí, no vale quedarse en las nubes. La homilía debe ayudar en su vida cristiana a unos hombres y mujeres que viven hoy en un mundo determinado; por lo mismo, debe estar atenta a la realidad para iluminarla con la palabra salvadora que nuestro Padre Dios dirige a sus hijos. Los hechos de vida que la homilía tendrá presentes son variadísimos: los problemas, intereses y aspiraciones de nuestra generación; los aconteci-mientos de la Iglesia universal y particular; los asuntos de la nación y de la comunidad local; los temas candentes de la familia y del trabajo, de la vida social y política. ¿Puede una homilía olvidar las palpitaciones de la historia? Ella es el puente donde se encuentran Dios y los hombres.

El Evangelio que leemos antes de la homilía, comienza así: “En aquel tiempo”. Pero aquel tiempo es éste. Hay que poner el pasado en presente. Porque lo que aconteció en Belén, Nazaret o Jerusalén es un punto de referencia para hablar de lo que sucede hoy y aquí.

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