1. HOMILIA SIN PREPARACION ALGUNA
En que se razona cómo la impreparación es modo excelente de predicar una imperfecta homilía. Asoma el mar de Cancún, los efectos del cloroformo y un aterrizaje forzoso.
Sábado a las 6 de
Se enredó en las mantas y a soñar. Soñó que el señor obispo llegaba a la parroquia a visita pastoral. Sí, era él, el solideo morado en el centro de la cabeza, jamás se lo dejaba ladear ni a la izquierda ni a la derecha, aunque el viejecito ceremoniero de la catedral se empeñaba en inclinarlo a
—Tan, tan.
—Quién es?
—Yo, el sacristán.
—,Qué quieres?
—Padre Nicanor, ya es hora de la misa de las
—Abre, Señor, mis labios para cantar dignamente tu alabanza. Con Dios me acuesto, con Dios me levanto. El jabón, el cepillo de dientes, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, no funciona el cierre de la sotana, en una palabra todo mi ser, ya que soy todo tuyo, oh Madre de bondad, ¿dónde dejaría el libro de las homilías?, guárdame y defiéndeme como cosa, creo que está en la oficina, como cosa y posesión tuya, amén.
Recuerdo que el profesor del Seminario nos enseñó que la homilía —palabra de origen griego que significa “conversación o plática familiar” en contraste con el discurso más solemne y formal—, es una comunicación, una comunicación que exige cuatro factores:
1) quién habla: es el emisor, el sacerdote, el homileta;
2) de qué habla: es el mensaje, el tema, la palabra de Dios,
3) cómo habla: mediante un código común de palabras y gestos que establece un puente de unión entre el emisor y el auditorio. En la Torre de Babel falló la comunicación, porque cada cual hablaba de modo diverso (cuando visité Venecia, leí en el aparador de una tienda: “Se habla francés, español y alemán, pero por señas”);
4) a quién habla: es el auditorio, el pueblo de Dios congregado para recibir el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía.
—Hermanos, antes de comenzar estos sagrados misterios, establezcamos a priori un análisis retrospectívo de nuestras deficiencias conductuales.
Una feligresa se secretea con otra:
—Esto que dice el padre Nicanor, quiere decir:
“Reconozcamos nuestros pecados”. Le está fallando el código, ¿no crees?
No ha tenido un rato de respiro el padre Nicanor. El despacho parroquial. El curso prebautismal. La consulta de una señora en trance de divorcio. La libreta de misas y ceremonias atascada de anotaciones. El Código de Derecho Canónico abierto en “las obligaciones y derechos de los fieles laicos”. La circular del secretario de la Mitra, hay que acudir en peregrinación a catedral. ¿A qué horas prepararé la homilía de mañana que es el domingo 22 del Ciclo C? La Liturgia de las horas con un listón verde señalando laudes. Van a sonar las 9 de la noche, “ayúdame, Señor, ahora que despunta la luz del nuevo día”, zumba el teléfono, ¿está muriéndose el señor?, que me espere tantito, ahora voy, una pareja de novios se asoma tímidamente, ¿se puede? Dios mío, ¿a qué horas voy a preparar la homilía de mañana?
(Habla la voz de la conciencia: Esto te sucede cada sábado. Dejas, al último, ministerio tan importante. Organiza tu tiempo).
No se preocupe, querido padre Nicanor. ¿No estudió cuatro años de teología en el inolvidable seminario? ¿Se le hace poco lo que ha ido almacenando con sus lecturas, el trato con las almas, sus largas horas de oración ante el sagrario?
Además, usted es un asiduo asistente de cursillos. Este año asistió a
Cuenta usted con la luz de lo alto, como los apóstoles que “llenos del Espíritu Santo, comenzaron a hablar”, frase del libro de los Hechos, que el sacerdote y poeta mexicano Manuel Ponce tradujo en estos leves, intensos versos:
“Con el vino del Amor
todos se hicieron lenguas”.
Nada mejor para una imperfecta homilía que la confianza en Dios y en uno mismo. Los mediocres se preparan, los genios improvisan. Aunque Paderewski pensaba lo contrario: “El genio se forma en un diez por ciento de inspiración y en un noventa por ciento de transpiración”.
—No creas, me confesó el padre Nicanor con humildad de primer grado, tal como la jerarquiza el padre Alfonso Rodríguez en su conocido libro. Cuando yo era sacerdote joven, preparaba mis homilías como Dios manda, la Biblia, mis libros, mis notas, papel y bolígrafo, el esquema, la redacción de los puntos principales, la memorización del plan, la entrada, oye, qué difícil es comenzar una homilía, lo único que le supera en dificultad es el aterrizaje; ya parece que uno va a terminar y nada, otro párrafo y otro, los frenos no funcionan, luego el panzazo.
Después me confiaron la parroquia con el trabajo que requiere y, por desgracia, se confía uno en la experiencia, cree que lo sabe todo y que basta una simple lectura del evangelio para lanzarse enseguida a la predicación, salga como salga, para llenar el expediente y salir del paso.
Claro que las ovejas que te escuchan se dan cuenta de inmediato de que no preparaste la homilía. ¿Que cómo lo saben? Por lo enmarañado, lo extenso ad infinitum y lo aburrido de la perorata; por la dispersión y repetición de ideas, por las dificultades en tomar altura, el motor que no arranca, las bolsas de aire .en el trayecto, las piruetas para hacer tierra y la catástrofe de un auditorio pasivo, melancólico y desinteresado. Aquí reina el dios Morfeo, Su Majestad
Y, para colmo, ausencia de cuanto pasa aquí y ahora, a diez mil kilómetros de la humanidad, cual cohete lanzado de Cabo Cañaveral. No cuenta el hombre concreto, ni los signos de los tiempos, ni apenas la palabra de Dios.
—Amadísimos hermanos en el Señor...
(¿De veras amará a su hermano el predicador que, en vez de iluminarlo y enfervorizarlo, lo cansa, lo arrulla y cloroforma?).
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